Y finalmente un día sucedió lo imposible: a 31 años de su álbum debut, Weezer finalmente tocó en la Argentina. Después de haber bajado a Latinoamérica en dos ocasiones solo para seguir camino, Rivers Cuomo y compañía tuvieron su merecida noche consagratoria ante el público local en el Movistar Arena. Poco menos de hora y media bastó para rendir homenaje a lo más destacado de su repertorio, pasearse por rincones poco transitados de su discografía y hasta recurrir a un clásico del heavy metal para dejar a todos conformes.
El comienzo con “My Name is Jonas” permitió ilusionarse con que lo que seguiría iba a ser un repaso cronológico de su debut homónimo (o el álbum azul, para separarlo de los otros 5 discos que también se titulan como la banda), pero las cosas demostraron ser muy distintas cuando lo que le siguió fue “Dope Nose”. De ahí en más, aunque las canciones de su primer trabajo dominaron la lista, el recorrido tuvo escalas en distintas partes de su trayectoria, con la idea de una adolescencia eterna como denominador común.
Con su guitarra llena de stickers viejos y su chomba a rayas, Rivers Cuomo plantó bandera de dónde se mueve la obra de Weezer, entre la nostalgia de lo que uno fue y el presente que toca vivir, más cerca de la nostalgia que de la melancolía. La clave está en un repertorio que perdura más allá de su fecha de elaboración, ya sea con pulso punk (“Surf Wax America”), placidez veraniega (“Island in the Sun”) o furia guitarrera (“Hash Pipe”). Con Josh Freese tras los parches (y el baterista Pat Wilson convertido en tercera guitarra), Weezer tuvo una contundencia que no se condijo con un volumen difuso y tenue que recién logró acomodarse a la mitad del show.
Con una adolescencia forjada con el heavy metal como marco de referencia, el cover de “Enter Sandman”, de Metallica, tuvo su presencia más que justificada. También hubo lugar para varios temas de Pinkerton (“Why Bother?”, “El Scorcho”, “Pink Triangle”) y deep cuts para el público más fiel (“You Gave Your Love to Me Softly”, “I Just Threw Out the Love of My Dreams”), antes de un cierre inobjetable con “The Good Life”, “Say It Ain’t So”. 80 minutos fueron suficientes para que Weezer saldara una deuda de tres décadas, y también para la promesa que de la próxima la espera no será tan larga.



























