Al momento de publicar Local Valley, su último disco a la fecha, José González no pudo presentarlo en vivo como quería. En un momento en el que las restricciones por la pandemia COVID-19, el artista sueco hijo de argentinos realizó una serie de conciertos por streaming (uno de ellos con aforo limitado), y aprendió que el intimismo se siente distinto cuando no hay nadie para presenciarlo. “Se siente muy distinto. Ya hice muchos shows con este disco y me gusta mucho la reacción del público”, dice González sobre el proceso que le permitió poder interpretar las canciones sin pantallas de por medio. La experiencia se completará este martes 26, cuando suba al escenario del Teatro Coliseo, la oportunidad para presentar un repertorio en el que se permitió salirse de su zona de confort. “Por un lado tengo canciones similares a lo que he hecho anteriormente, y estas otras canciones que cambian un poco de estilo y sé que es algo que puede funcionar bien o mal, pero la sensación es que tanto mis fans como la gente que no me conocen desde antes le gusta”, dice.
Nacido en Gotemburgo, hijo de un matrimonio de argentinos que escapó de la última dictadura cívico-militar, González mantuvo desde chico un vínculo con Latinoamérica en general y con la tierra en la que nacieron sus padres en particular. Sin embargo, no fue hasta la publicación de Local Valley en que se permitió cantar en español, “El invento” y “Valle local”, una búsqueda que fluye de manera natural dentro del disco. “Ha funcionado muy bien, y también creo que con una canción como ‘El invento’ casi que no importa cuáles son las palabras porque el sonido suena muy clásico”, define. El cambio no se debió tanto a una necesidad artística, sino que tuvo un motivo más profundo: su propia paternidad. “Intenté hacerlo antes y me trababa, pero cuando nació mi hija le hablé bastante seguido en español y con eso mi idioma se ablandó. También le puse más empeño, tenía ganas de mostrar más lados de mi mismo”.
Si bien las referencias a Nick Drake y el cancionero latinoamericano parecen seguir marcando el norte compositivo de José González, su cuarto disco de estudio suma máquinas y ritmos del África a su fórmula de recursos mínimos. “Es algo que tanteé durante muchos años, muchas veces como hobby. Me gusta hacer música, pero no siempre quiero meter todo tipo de música dentro de lo que hago yo como solista”, dice sobre el proceso en el que amplió su paleta de sonidos. “Estando de viaje me gusta ponerme a programar la DM 1, que es una máquina de ritmos muy simple, pero también tiene muchas variedades, y trato de buscar cosas que suenen de los 70s u 80s , sonidos muy icónicos”, dice sobre la incorporación de música electrónica de una manera que él siente como orgánica.
Y al tener un componente tan humano en su música, el fantasma de la inteligencia artificial aparece como un horizonte posible, uno al que González parece no tenerle miedo. “Va a ser muy interesante, porque tiene una potencia tremenda en términos de que si vos como persona tenés algunos gustos, capaz que va a poder crear mundos enteros justamente para vos” . Su teoría tiene sustento en otro pilar: mantener el encuentro cara a cara como un ritual irremplazable, aunque no tiene dudas de que su versión en código binario es más efectiva que él. “Estoy seguro de que va a haber una AI que haga mejores canciones que yo de mi estilo. Capaz que encuentra mejores armonías, o algo que a mí me hubiese tomado tres semanas para encontrar un acorde lo resuelve mucho más fácil”, explica, aunque cree que la experiencia del vivo seguirá rigiendo todo. “Creo que mucha gente quiere verme en vivo. Aunque no me ven tan cerca, saben que estoy ahí”.
Con un pasado de bandas punk en su adolescencia, González cree haber encontrado en su veta de cantautor la expresión máxima del poder de la canción. “Una vez que me di cuenta que esto era lo que funcionaba y no las bandas de indie rock o de hardcore, para mí pasó a ser obvio que lo que buscaba eran tipos de música que sentía sin tiempo. Puede ser Chet Baker con su trompeta y su voz, o Simon & Garfunkel, no tienen mucho de estilo de moda, son sonidos que atraen. La búsqueda, dice, no pasa por abrazar a un género en sí, sino por alcanzar algo mucho más profundo: evocar un sentimiento que funcione en cualquier geografía posible. “La agresión del hardcore es interesante, pero capaz no tiene un appeal universal. Estas canciones que hago están en todo tipo de culturas, con un instrumento y una voz. Cantar siempre funciona, ha funcionado siempre y sigue funcionando”.