martes, 9 septiembre, 2025
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Winona Riders en Obras: el sonido de la confusión

Winona Riders maneja su propia agenda y su propia noción de los tiempos. La banda formada en Morón tuvo un quiebre en marzo de 2023, cuando un show en Niceto Bar se desmadró tanto que debió ser suspendido tras la presencia policial. De ahí en más, todo fue a paso de gigante: de su desembarco en Niceto a la semana siguiente, a telonear a una de sus referencias más reconocibles sin tener editado siquiera su álbum debut, a publicar tres discos de estudio en poco más de año y medio. Ese ritmo vertiginoso es el correlato de una mezcla de voracidad y arrogancia, la misma que los trajo por primera vez a Obras Sanitarias con un show de cuatro horas y media, un recorrido atravesado no por la pirotecnia performática sino como una celebración del trance personal devenido en experiencia colectiva. 

 Lejos de la complacencia o el gesto fácil, su desembarco en Núñez fue maratónico desde el vamos, con el repaso en vivo del total de su discografía. La idea parecía ser la de replicar con tracción a sangre el espíritu de una rave, con el garage como punto de partida, y de ahí hacia el cosmos. La versión extendida de “Abstinencia” comenzó el recorrido y sentó las bases, incluso para quienes eran nuevos en el universo Winona Riders: lejos de la recreación fiel, cualquier canción podía expandirse, elastizarse, hacerse humo hasta lentamente desaparecer en el aire. Así, la banda se zambulló en su costado guitarrero, en donde el trance parece inducirse por la reiteración, una psicodelia valvular donde conviven Black Rebel Motorcycle Club, los Babasónicos de mediados de los 90 y la costa oeste californiana de finale de los 60, un caleidoscopio musical que atraviesa “La cura (Los chicos también lloran)”, “Anton”, “Catalán”, “Riders” y “Falsos reyes”. 

Después de más de una hora en la que las guitarras de Ariel Mirabal Nigrelli y Ricardo Morales mientras al centro del escenario Gabriel Torres Carabajal parecía un medium canalizando una evocación fantasmal, cambiaron las reglas del juego. En un formato expandido junto al Sindicato del Drone (un colectivo de música experimental basado en la evocación trascendental), entró en una lisergia profunda en la que el tiempo parecía empastarse hasta reptar lo mínimo e indispensable. “¿A qué suena la revolución?”, “Buscando una nueva sensación”, “El último té” y “Muerte a los Winona Riders” sonaron como parte de un mismo todo, un trip enorme que parecía mecerse en la similitud sonora (y conceptual, en cierto punto) de las palabras “meditación” y “medicación”. Aprovechando esa atmósfera, Winona volvió a la electricidad, pero para adentrarse en su repertorio más narcótico con “Falso detox”, “Dorado y púrpura”, “Resurrección” y la  autodefinida “D.I.E (Dance in Ecstasy)”.

A medida que el tiempo pasaba, quedaba en claro que la promesa de tocar cuatro horas no solo iba a ser cierta, sino que la intensidad iría creciendo tanto arriba como abajo del escenario. Una muestra posible llegó en “Dopamina”: mientras la banda hacía un salto ornamental a un clima guitarrero y psicodélico, en el campo se armó una batahola con un grupo de pibes que detuvo a un ladrón de celulares mientras a unos metros el público abría espacio para que una fan hiciera la vertical, todo al mismo tiempo. La única opción posible parecía ser pisar el acelerador y ahí aparecieron “Revolver, “A.P.T (American Pro Trucker)” y “680/680” para poner las cosas en su lugar. Después de eso, “Sacame el cuero”, “Hondart” y “Separados al nacer” fueron la bocanada de aire necesaria para poder tomar más envión, un chlil out hecho a gusto y medida de una gragea. 

Si hasta ese entonces, las referencias del mundo Winona Riders eran algo más que perceptibles, en su tramo final fueron con elaboración a la vista. Primero, “No hagas que me arrepienta” citó versos de “Reverence”, de The Jesus and Mary Chain (justo un tema en el que los hermanos Reid parecen un modelo de conducta para la arrogancia calculada de la banda, anhelando una muerte como la de Jesucristo o JFK); más adelante, una extensa versión de “Antes de que el diablo llegue a casa” incorporó la coda de “Loaded”, de Primal Scream, gracias al agregado de una sección de vientos, mientras todo en el escenario se veía como la foto interna de Screamadelica. Y así como en la presentación de su último disco, “V.V.” fue el tema de apertura, en la noche de Obras ofició de cierre, un regalo para quienes aguantaron hasta el final para escuchar ese motorik galopante dedicado a la vicepresidenta de la Nación, con una versión que parecía poder estirarse todo el tiempo que fuera necesario. Y por si todo lo anterior no había sido suficiente, sobre el final apareció “Joel”, uno de sus primeros singles, convertido en una declaración de principios más de una banda que parece esquivarle a la mesura, y hasta ahora mal no le va.

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