miércoles, 10 septiembre, 2025
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Turf en el teatro Coliseo: por 27 años locos

Pocas cosas tan autoexplicativas del universo Turf como homenajear a su álbum debut en una fecha irregular. Ahí donde los manuales de la retromanía mandan a festejar  las cifras redondas (25, 30 o incluso  50, si la longevidad lo ha permitido), la banda fronteada por Joaquín Levinton desembarcó en el Coliseo para celebrar a Una pila de vida, a veintisiete años de su publicación. Con un show partido en dos, el repaso por primera en su historia de esas canciones en su totalidad sirvieron no solo para celebrar el pasado, sino también para entender cómo muchas de esas composiciones delinearon los pasos con los tuvieron su merecido reconocimiento con el cambio de milenio.  

Visto a la distancia, Una pila de vida es una postal de un momento efímero de la existencia de Turf, demasiado rolinga para el público alternativo y excesivamente desfachatada para la patria stone. Prueba de cuán fugaces fueron las cosas en su primera etapa, el cancionero fue tomando forma a medida que lo fueron grabando, y aunque fue pieza estable de los shows en sus dos primeros años de vida, poco a poco fueron relegadas, algunas casi postergadas en el olvido. Quizás por eso mismo, volver sobre un repertorio construido con desparpajo pero leído desde la experiencia ganada en casi tres décadas no lineales de carrera eran una tentación demasiado fuerte como para dejarla pasar. 

Con ese esquema preestablecido, el repaso por su álbum debut fue siguiendo su orden. Con la sala en penumbras, el sonido ambiente de las tribunas del Hipódromo de Palermo oficiaron de introducción para “La recta final”, ese comienzo galopante (sí) con el que Una pila de vida supo abrirse paso. Ahí nomás, “Panorama”, o el riff constante convertido en himno a la juventud, antes de que “Tarjeta postal” sirviese también como recordatorio de que, aunque tenía estudiado el mapa del rock nacional, Turf supo también tomarle la temperatura al britpop de Blur y Supergrass en tiempo real. Casi un folleto de instrucciones del dandismo porteño de la última mitad de los noventa, Una pila de vida tuvo en “Casanova” su máxima expresión: estilo para tomar, llegar a casa al salir el sol, perderse en uno mismo, revisitada en el Coliseo con el aporte en teclados de Mario Superman, tecladista de Los Fabulosos Cadillacs y coproductor del disco junto a Dani Lozano, su compañero de banda.

Después de la pared guitarrera de “Despiole generacional” (grabada junto a Charly García y convertida en el kilómetro cero de una amistad inquebrantable con SNM), “Intermezzo Bristol (Café concert)” sirvió para recordar que Turf supo manejar matices desde muy temprana edad. Así como hasta ese entonces algunas canciones parecían tener que luchar con la rigidez de un show en un teatro, aquí pareció hecha a medida, con Nicolás Ottavianelli al frente de un piano de cola y Leandro Lopatín apostando por las sutilezas en las seis cuerdas. Después, el ritmo escaló de a poco, primero en los aires disco de “Crónica Te Ve”; después en la arrogancia glam de “Viene llegando” para luego desembocar en la fugaz “Juventurf”, interpretada con la misma urgencia con la que fue grabada en 1997. Y al igual que en el disco, el último tramo del primer bloque apostó por la introspección gracias a “Viajando en jet (set)” y la parábola ascendente de “Beatle Thonne”, de arrullo folk a subidón valvular. Como broche del repaso, “Día especial”, un track oculto en la edición en CD de Una pila de vida, y cuya letra parecía hecha a la medida de cualquier seguidor que hubiera esperado este momento por más de un cuarto de siglo (“Es un día tan especial, toca el grupo más popular. Ella grita entre la multitud, nadie la puede alcanzar”).  

Después de un intervalo en el que algunos espectadores aprovecharon para salir a la calle y comprarle cerveza a un vendedor ambulante y reingresarla de canuto a la sala, lo que siguió a continuación puede ser leído en la manera de cómo esas canciones primigenias poco después terminaron por convertirse en hit, con “Loco un poco” como primera muestra, seguida después por el foxtrot circense de “No se llama amor” y “Cuatro personalidades”. Y aunque el paso del tiempo no sea un tópico recurrente, ahí está en “Sentimientos encontrados” (más precisamente en su video), y es ese mismo factor el que hizo posible darle forma al talento de hacer canciones con destino inevitable de hit, como lo dejaron en claro “Pasos al costado” y “Yo no me quiero casar, ¿y usted?” en el cierre. O, como el mismo Levinton analizaría unos minutos antes de interpretar “Magia blanca”: “Qué suerte tener buenos temas, ¿no?”.

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