domingo, 26 octubre, 2025
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Tortoise en Niceto: la escuela de Chicago

En el mundo de Tortoise, la direccionalidad del tiempo solo parece ser hacia adelante. En sus tres décadas y media de vida, el combo de Chicago nunca pareció preocupado por el pasado, sino en dar forma a una obra que fuese una evolución constante, donde cada etapa busca distanciarse de la anterior, o al menos no repetir los mismos pasos. Dentro de esta política creativa, que la banda decidiese repasar en vivo su álbum más representativo podría verse como una contradicción, pero esa mirada se deja a un lado cuando pasan cosas como las ocurridas el lunes a la noche en Niceto, donde Tortoise husmeó en su propia historia para poder traerla al presente. 

La cuestión parece estar en la obra a celebrar: TNT, el disco de marras, fue lanzado en 1998 y supuso un quiebre en la carrera de Tortoise. Después del reconocimiento obtenido con su segundo disco, Millions Now Living Will Never Die, el grupo entró a grabar su sucesor, y lo hizo no solo con una búsqueda nueva, en la que ciertas estructuras del jazz parecían reperfilar su búsqueda post rock, sino que además el resultado final es producto de un laboratorio sonoro. A lo largo de once meses, el baterista John McEntire se encargó de editar, recortar y manipular digitalmente lo que sus compañeros sumaban en el estudio, moldeando las grabaciones como una plastilina hecha de ceros y unos. En consecuencia, TNT es un disco que nunca podrá ser recreado de una manera fidedigna por la sencilla razón de que no hay manera de reproducir con tracción a sangre aquello que fue manipulado por una computadora.

Lo que queda entonces es reinterpretarlo, forzar los límites entre el facsímil y una nueva forma que sea a la vez fidedigna y libre. Con el apoyo de cinco músicos locales en vientos y cuerdas, Tortoise comenzó el repaso con “TNT”, en medio de un despliegue de instrumentos en el que las baterías de McEntire y Dan Britney, enfrentadas entre sí, llevaban el swing mientras desde los laterales Jeff Parker y Doug McCombs desgranaban notas mínimas desde sus guitarras, con el sutil aporte de John Herndon desde la percusión. De ahí en más, comenzó el juego: con la excepción de McCombs, que solo pasó de las seis cuerdas al bajo, cada integrante del grupo (junto con el invitado James Elkington) cambió lugares con el resto a lo largo de la noche, capaces de ir de los teclados a las marimbas, para luego ir al vibráfono o sentarse tras los parches.

Dentro de ese esquema rotativo, los géneros también fueron fluyendo y reemplazándose entre sí. Ejecutada a dos bajos, “Swung from the Gutters” comenzó como un jazz modal que de a poco adquirió la marcialidad de un ritmo motorik, mientras que “Ten-Day Interval” fue pura melodía sin base, en el que un motivo de sintetizador de McEntire sirvió de apoyo para los ornamentos en xilofón de Bitney y un vibráfono ejecutado a cuatro manos por Herdon y Parker. La fragilidad de ese interludio fue quebrada por “I Set My Face to the Hillside”, una suerte de cadencia latina salida del far west, como si Calexico sonase de fondo en algún saloon perdido en el tiempo. “The Equator”, en cambio, se perfiló como un blues encasillado dentro de un andamiaje dub, hasta que “A Simple Way to Go Faster Than Light That Does Not Work” se tomó en serio a la máxima de René Lavand desde su título, y también desde su contenido, donde todo apreció ejecutarse en la manera más lenta posible. 

Promediando el set, llegó el turno del inesperado guiño regionalista de “The Suspension Bridge at Iguazú Falls”, que por sus aires de música carioca parece dejar en claro a qué costado del límite de las Cataratas parece aludir su feel. Después de “Four-Day Interval” (de mismo espíritu que su “hermana” mayor), Tortoise le abrió paso a la que fue quizás la pieza más compleja de su presentación. “In Sarah, Mencken, Christ and Beethoven There Were Women and Men” condensó aires de nuevo tango, samba, jazz fusión y música concreta, con las baterías de Bitney y Herndon encerradas en un diálogo constante,  y cuando todo parecía terminarse, una fanfarria de vientos empujó al tema a un nuevo final con una cuota extra de melancolía. 

En el último tramo de su revisionismo, Tortoise se permitió la mayor cantidad de libertades. Así como en estudio la triada final del álbum está dominada por el pulso electrónico, en vivo reemplazó gran parte de ese componente por tracción a sangre. Si bien algunos beats y texturas analógicas asomaron durante “Almost Always Is Nearly Enough” (algo a lo que Thom Yorke parece haber escuchado con bastante detenimiento después de OK Computer), “Jetty” y “Everglade” priorizaron el componente humano, tanto en el ritmo sincopado de la primera como en la despedida cinematográfica de la segunda. Terminado el repaso, los invitados dejaron solos a los cinco integrantes de Tortoise para los bises, que hicieron del western fúnebre de “Along the Banks of Rivers” y la mutación constante de “Crest” una despedida a tono con el plato principal de la noche.

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