Sucede un fenómeno extraño con The Cure. El inconsciente colectivo se encargó de catalogar a la banda liderada por Robert Smith como un grupo oscuro, vecino del mundo gótico y con espíritu vampiro. Su tercera visita a la Argentina sirvió para derribar esa etiqueta, a veces cierta, pero también injusta: a lo largo de dos horas y media, la banda británica desplegó en el Primavera Sound un cancionero que si bien se paseó por momentos lúgubres, también se encargó de arrojar una cuota de luz ahí donde es más necesario hacerlo, con un notable grado de respeto a su propia historia.
Y es justamente esa multiplicidad de facetas la que hace posible que The Cure encare un show tan extenso ante 55 mil personas y no perder adeptos en el camino. Un recorrido bien balanceado que incluyó escalas en nueve de sus trece álbumes de estudio, una dosis importante de hits, elecciones para el fan paladar negro, lados B e incluso tres canciones inéditas de su demorado futuro disco. Ese equilibrio se sostuvo por la devoción que Smith tiene con su obra y con cómo interpretarla, con el registro claro de que allí se esconde la fórmula para dar forma a un repertorio atemporal.
Esa política de trabajo es la que le permitió a The Cure salir a escena con la reciente “Alone”, un clima épico de desarrollo lento al que le siguió la siempre emotiva “Pictures of You”. Con una remera con una estampa del Sol de Mayo con el labial corrido al igual que él, durante todo el show Smith se mostró genuinamente conmovido, abrazando a su guitarra o a su propio cuerpo para enfatizar el peso de sus palabras. Después de “Lovesong” y “High”, la flamante “And Nothing Is Forever” dejó en claro que a más de 45 años del primer disco de The Cure, a Robert Smith le siguen obsesionando los mismos tópicos: el amor, la eternidad y la carrera contra el reloj.
“Burn”, “Fascination Street” y “A Night Like This” guiaron al show por las sombras, ahí donde el bajo de Simon Gallup se convierte en faro y señal. Después, Smith, Reeves Gabrels y Perry Bamonte entrelazaron arabescos de guitarra en “Push”, la antesala de otros dos hits de la cosecha tardía de los 80: “Inbetween Days” y “Just Like Heaven” fueron un aliciente antes de un nuevo paseo por las sombras. “At Night”, Play for Today”, “A Forest”, una intensísima versión de “Shake Dog Shake y “From the Edge of the Deep Green Sea” marcaron el rumbo para que The Cure se despidiese con la inédita “Endsong”, edificada sobre unas secuencias melódicas que giraban entre sí como lados de un Rubik buscando ser solucionados.
En la primera tanda de bises, The Cure privilegió mantener un mismo mood por sobre cualquier otra variante. La sofocante “It Can Never Be the Same”, sostenida gracias a las interacciones entre Gabrels y Gallup, sentó las bases de lo que “Want” profundizó a continuación. Y si bien “Plainsong” prometía despejar las nubes plomizas que parecían conjurarse dentro del escenario, “Disintegration” volvió a apretar las cuerdas de la angustia hasta perderse en una pared de acoples.
“Esto les va a hacer la noche”, dijo Smith con una media sonrisa antes de colgarse la guitarra para desentrañar el riff de “Lullaby”, el comienzo de una estocada final llena de clásicos que parecía también la gratificación para aquellos que habían aguantado hasta el final del show. “Walk” (o New Order con sentido del ridículo), “Friday I’m In Love”, “Close to Me” y “Why Can’t I Be You?” funcionaron como un compendio ATP de The Cure que tuvo en “Boys Don’t Cry” su merecido desenlace. Sin poder ocultar su sonrisa, Smith se despidió prometiendo un regreso pronto, una declaración que su público tomó como compromiso asumido cuando se asoman tiempos en los que se necesitan más luces que sombras.






















