La palabra “espacio” cobra diversos sentidos en la música de Slowdive. Sus canciones se mueven como si estuvieran levitando en la galaxia, entre momentos plácidos y tormentas eléctricas. Pero además, el término también aplica para la amplitud de su sonido: en su actual encarnación, el grupo liderado por Neil Halstead y Rachel Goswell desplegó una propuesta expansiva, donde las texturas parecían salir a recorrer el predio como una sonda de la NASA en busca de señales de vida extraplanetaria. Salidos del mismo corte temporal que Ride, My Bloody Valentine, Curve y Pale Saints, un hiato de casi veinte años en su carrera parece haberle permitido a Slowdive no solo tener una segunda vida, sino también reinventar parte de su búsqueda.
Parte de ese proceso quedó en evidencia con el comienzo, con “shanty” y la cuasi bailable “Star Roving”, cuotas de dream pop en vuelo constante. A la altura de “Catch the Breeze”, el shoegaze a tres guitarras tuvo al ruido como protagonista, mientras que “Souvlaki Space Station” se sucedió en una cascada de delays, a tono con las imágenes de pastillas y paisajes lunares digitales de “Sugar For the Pill”. Después del trance en cámara lenta de “Slomo”, “Kisses” trazó un puente probable entre Cerati y New Order, en parte por las líneas de bajo de Nick Chaplin, en sintonía con el personaje escénico de Simon Gallup. Y después de que “Alison” y “When the Sun Hits” mostrasen la vigencia del seminal Souvlaki, un cierre elíptico: “Golden Hair”, su versión del clásico en el que Syd Barrett musicalizó un poema de James Joyce, comenzó en la psicodelia a paso de gigante y terminó en una lluvia creciente de estática, la prueba de que ruido y sensibilidad son parámetros compatibles.
A su manera y al igual que Slowdive, El Mató a un Policía Motorizado puede adjudicarse también el rótulo de artista pop. Más concentrado en su nervio rockero que apuntando a la canción, la banda platense es a esta altura una fija de los festivales por un motivo: su rock indie ultra melódico y ultrasensible es a prueba de balas. En un set que fue de menor a mayor con “El magnetismo”, “Un segundo plan” y “La noche eterna”, Santiago Motorizado y compañía subieron el dial lo justo a medida, al punto que los no tan jóvenes vestidos de negro se acercaban para ver el ritual que los pondría una vez más frente a Robert Smith.
En tiempos de una situación política llena de incertidumbres, las canciones de El Mató a un Policía Motorizado en general y de Súper Terror en particular, funcionan como bálsamo y lugar de resistencia. Santiago Motorizado es capaz de crear un estribillo adhesivo y pujante en el que pide que no le digan que las cosas van a estar bien, con la certeza de que la música puede ser también un espacio de refugio ante tanta turbulencia.