Eternos abonados al festival hasta su separación en 2009, Los Piojos eligieron al Quilmes Rock como una de las últimas escalas de su gira reunión. Se sabe: tocar en un festival no es lo mismo que jugar de local, y por eso mismo la banda de El Palomar eligió pegar fuerte de entrada: “Desde lejos no se ve”, “Chac tu chac”, “Babilonia” y su versión de “Yira yira” sonaron una detrás de otra sin solución de continuidad, como partes de un mismo todo. Recién ahí, “Vine hasta aquí” bajó la velocidad pero sin descuidar el coreo masivo en Tecnópolis. Aún cuando gran parte del repertorio piojoso siguió vigente de la mano de Andrés Ciro en su faceta solista, hay algo en este reencuentro que suma un valor agregado, una vuelta a cómo eran las cosas.
Claro está que se trata de una vuelta incompleta: el guitarrista Tavo Kupinski falleció en 2011, y el bajista Micky Rodríguez se bajó del barco apenas anunciado el regreso en una escena que sigue siendo indescifrable hasta el día de hoy. Por eso, las presencias de Juan Manuel Gigena Ábalos en las seis cuerdas y de Luli Bass como pívot rítmico juegan roles distintos en esta encarnación de Los Piojos: mientras el primero se limita a cumplir su rol de músico de apoyo, la bajista es a lo largo de show la contraparte ideal de Andrés Ciro, alguien capaz de ocupar un rol que demanda protagonismo y no solo hacer de sostén sonoro.
En ese diálogo entre pasado y presente, “Civilización” y su mensaje apocalíptico / profético estuvo dedicada a la tragedia de Bahía Blanca, con una letra que parecía deshacerse en explicaciones (“La historia es mucho más clara y tiene también sentido, la tierra se está quitando de encima al peor enemigo”). También hubo lugar para el homenaje a Tavo con un video en su memoria y una versión de “Sudestada” cantada por turnos por casi toda la banda. Justo después de eso, Dani Buira se acomodó en el asiento de la batería para un segmento que viajó lo más lejos posible en el tiempo, con “Te diría”, “Ay ay ay”, “Ando ganas”, “Tan solo” y su versión de “It’s Only Rock ‘n’ Roll (But I Like It)” rescatada del olvido por primera vez en un cuarto de siglo.
Tras un cambio de vestuario y a dos baterías tras el regreso al tablado de Roger Cardero, “Como Alí”, “Ruleta”, “Pacífico” y el cover de “Sábado a la noche” de Moris bindaron una falsa despedida. De nuevo sobre el tablado, “Bicho de ciudad”, “Maradó”, “Muévelo”, “El farolito”, “Cruel” (y un inesperado guiño a The Stooges” e “Y quemás” remataron la despedida, antes de que Ciro tomase la armónica para el cierre con el Himno Nacional Argentino. Y ahí nomás, el anuncio de la despedida hasta nuevo aviso, el 24 de mayo en el Parque de la Ciudad.
“Estamos debutando en el Quilmes Rock. Mirá que hay que debutar con cincuenta y pico de años. Un poco ‘virgos’, ¿o cómo se dice ahora? ¿Incels? Un poco Incels. Falta que hagamos un video con inteligencia artificial donde el Ministro de Economía sea un espartano o un guerrero”. Con un guiño al término de época que masificó la serie Adolescencia, Iván Noble hizo alusión a una realidad: Los Caballeros de la Quema se separó un año antes de la primera edición del Quilmes, por lo que pasar por el festival era una deuda pendiente para la banda desde su reunión. Por eso, aunque su set no incluyó su single más reciente, lo que hubo fue una actualización del repertorio desde lo discursivo (“Un safari hasta las tetas de Wanda Nara”, arrojó en “Rómulo y Remo”; más adelante, en “Rajá Rata”, reformuló la letra en “Calentita la Rosada, ¿no, señor sultán? / Qué bien que la lustran usted y sus perritos”), pero que en lo musical no movió la aguja para caminar sobre terreno seguro.
La presencia de Caballeros en la fecha del domingo fue una manera de llevar las cosas hacia fines de los noventa, cuando el rock barrial plantó bandera al poner en primer plano un entrecruce con el mundo futbolero (el “Todos atrás y Dios de 9” no es gratuito), en una jornada en la que los trapos solo fueron ajenos y estaban a la espera de la banda principal. Así, Noble y los suyos apuraron los tantos con una selección que tuvo bastante de clima de época (“Patri”, “Pejerrey”) y que privilegió los grandes éxitos sobre cualquier otra forma de legitimación (“Avanti morocha”, “Malvenido”, “Sapo de otro pozo”).
Massacre es la representación de un fenómeno particular: el de una banda que con los años se volvió un número fijo en festivales sin necesariamente hacer una música que esté destinada para el consumo masivo. En una fecha que tenía bastante del pasado y presente del rock barrial, Walas y compañía salieron a hacer lo suyo con la diferencia como bandera. “Massacre es compra, venta y canje”, gritó el vocalista antes de “Te leo al revés”, y si hacía falta lograr una adhesión que más no fuera por cercanía ideológica, ahí estuvo el audio de Diego Armando Maradona en defensa de los jubilados al final de “Te arrepiento”, un recurso que se repetiría algunas veces más durante el set. “Querida Eugenia” y el beat manchester de “Ella va” hicieron gala de uno de los mayores talentos de Massacre: hacer hits sin estribillos.
Pero si se trata de tener himnos que puedan ser coreados en cualquier contexto, ahí estuvo “Plan b: anhelo de satisfacción”, hermanada con “La octava maravilla” y “Tanto amor”. Y como quien sabe que no solo de los laureles propios se sostiene la atención del público en un festival, Massacre evocó a Sumo con una versión de “Crua Chan” que encendió miles de voces al unísono en el Quilmes Rock. Una vez conquistadas las masas, “La reina de Marte” y la eterna celebración de Massacre Palestina con “Diferentes maneras” terminaron de poner las cosas en su lugar. Como diría Walas a la mitad del set: “Massacre en vivo es garantía de placer”.
En la primera fecha del festival, la presencia de Dillom habilitó una discusión vetusta sobre si el autor de “Cirugía” es o no es rock. A Lisandro Aristimuño le bastó con empuñar una guitarra eléctrica al comienzo de su set para que esos argumentos ni siquiera llegaran a las inmediaciones del escenario PopArt. A lo largo de nueve canciones, el artista rionegrino se permitió electrificar su fórmula, como lo mostró “Tu mundo”, de su último disco, El rostro de los acantilados, pero también la reconfiguración distorsionada de “Me hice cargo de tu luz” y también en “Para vestirte hoy”. Con el formato expandido de su banda (teclados, percusión, batería, bajo, guitarra, teclados y un ensamble de maderas), Aristimuño pudo darle al “Anfibio y al pulso tribalista de “Elefantes” la intensidad que tienen sus versiones de estudio. Un desfasaje de días en la grilla hizo que Boom Boom Kid (que había tocado en ese mismo escenario el día anterior) no pudiera sumar su parte a “How Long”, una ausencia que suplieron la siempre plácida “Azúcar del Estero” y “Es todo lo que tengo y todo lo que hay”, la prueba de que en un festival de rock se puede corear todo, incluso un arreglo de cuerdas.