miércoles, 10 septiembre, 2025
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Quilmes rock 2025, día 2: casi tanto como una eternidad

Aunque ocupó un lugar apenas caída la noche, el show de Los Fabulosos Cadillacs en la segunda noche del Quilmes Rock 2025 tuvo el aura de acto de cierre de la jornada. A un año y medio de su última presentación en Buenos Aires, Vicentico y Sr. Flavio demostraron que su obra (y por consecuencia, su presente) se sostiene por la tensión entre masividad y rupturismo. La banda que cosechó hits a mansalva y puso a sus canciones a rodar por el continente generando focos de creatividad a su paso es también la misma que decidió tirar todo por la ventana, cagarse en las formas y abrazar la música libre de límites y ataduras. Su show en Tecnópolis fue un paseo por todos esos climas, una manera de plantear que no existe una lectura única a su propia historia.

Por eso, después de un comienzo a puro punk rock (“Intro SRF Astral”, en rigor un cover de la carrera solista de Flavio), lo que siguió fue apenas un muestrario de lo todoterreno que es el cancionero cadillac: “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, “Manuel Santillán, el León” y “Demasiada presión” fueron más que al hueso, una muestra de cuán festivalero puede ser su repertorio. Y justo ahí donde todo parecía seguir esa línea, el medley entre “El genio del dub” y “Radio Kriminal” fue la puerta de entrada hacia la experimentación. “Piazzolla” y “V Centenario” fusionaron hardcore, ska, arrabal y sangre latina sin que cada cambio sonase forzado. Y como de los laberintos se sale por arriba, “Vasos vacíos” volvió a otorgar tranquilidad a un público que miró con desconfianza la versión dub de “Los condenaditos” (con La Bomba de Tiempo sumando tambores y con citas a “El muerto”), pero que respiró aliviado cuando aparecieron las guitarras acústicas para “Vos sabés”, con hijos y nietos sumándose al coro final.

Prueba de esa amplitud musical estuvo también en los invitados: “Padre nuestro”, con Pablo Lescano, y “Nro. 2 en tu lista”, con Santiago Motorizado, parecían querer demostrar cuánto dialoga la obra de los Cadillacs con la cumbia villera y el indie. “Saco azul” y la cadencia dulzona de “Siguiendo la luna” abrieron las aguas para la reivindicación del carácter alterlatino de Los Fabulosos Cadillacs, de la mano de “Mal bicho” primero y “Matador” después, de nuevo con La Bomba de Tiempo guiando el pulso. Tras una falsa despedida, “El satánico Dr. Cadillac” y “Yo no me sentaría en tu mesa” le pusieron el moño a un festival que no necesitó de discursos ni sacudones emotivos para ponerse entre lo más alto del festival.

Hay un proceso difícil de explicar que ocurre cuando los Ratones Paranoicos interpretan “Ceremonia en el hall” en 2025. Por un instante, el tiempo parece detenerse y no acusar recibo de cuántos pasaron entre la publicación de Los chicos quieren rock y este presente en Tecnópolis. Así salieron a escena al escenario Rock, con la certeza de llevar el nombre de ese tablado en su código genético. Lejos de su paso algo errático por Vélez en 2024, la versión actual de Ratones Paranoicos se sostiene en gran forma con una distribución de roles marcadísima de roles: Roy Quiroga, preciso como un metrónomo; Pablo Memi, responsable de un swing inmejorable (propulsado desde su bajo Hofner, el instrumento más beatle posible para la banda más rolinga de todas); Sarco, firme en las seis cuerdas y con temple para tomar el protagonismo cada vez que lo demanda; y en el centro de todo, Juanse Gutiérrez, el frontman al que ni la fe le pudo sacar el diablo escénico. 

Como cierre de la segunda noche del Quilmes Rock, Ratones Paranoicos fue una sucesión de hits ininterrumpidos en poco más de una hora de show. La melodía mareada de “Sucio gas” le abrió el paso a los caños souleros de “Isabel”, antes de que Piti Fernández (que había tocado en el turno anterior junto a Las Pastillas del Abuelo) se sumase a compartir el protagónico en “Ya morí”. La arrogancia rockera de Ratones sacó a relucir su mejor forma en el tándem entre “El centauro” y “Sucia estrella”, mientras que “La nave”, con un pulso disco atado al juego de guitarras entre Juanse y Sarco, demostró cuán chicas le quedan las etiquetas a Ratones. Y si tocar en un festival implica seducir al público propio pero también al ajeno, “Rock del pedazo”, “Enlace”, “Rock del gato”, “Cowboy”, “Sigue girando” y “Para siempre” sirvieron también para pedir que la última ceremonia a la que alude esta gira reunión sea metafórica y no literal.

Por acción u omisión, Seru Giran fue ajeno a la industria del revival. La muerte de Oscar Moro en 2006 primero y el estado actual de Charly García después hicieron que la idea de un regreso completo se viese trunca casi desde el vamos. Por eso mismo, lo que David Lebón y Pedro Aznar emprendieron en la segunda fecha del festival no fue un oportunismo fácil, sino una oportunidad clave de celebrar a su propia historia no en un aforo reducido sino como parte de un evento que celebra al rock nacional. No hubo intención de reemplazar figuras ni nombres, y por eso la dupla salió a escena acompañada por un elenco de músicos con credenciales de sobra para hacer su parte: Pedro Pasquale, guitarrista de Cindy Cats, tomó la posta junto a Leandro Bulacio, tecladista y coproductor de Lebón de un grupo que tuvo también a Federico Arreseygor en teclados y Matías Sabagh en batería. 

En ese diálogo entre dos músicos con historia y una banda joven fue posible revivir una selección del repertorio que arrancó en el repiqueteo constante de la nuevamente vigente “Autos, jets, aviones, barcos” para luego pasearse por “Canción de Alicia en el país” y su rubik musical. Y ahí, en la inmensidad de Tecnópolis, Aznar y Lebón apelaron al intimismo para una versión microscópica de “Nos veremos otra vez”. A la hora de los invitados, Sandra Mihanovich en “A cada hombre, a cada mujer” abrió una puerta por la que luego pasó Dante Spinetta guitarra en mano para “Mundo agradable”, antes de que Juanito Moro se sentase tras los parches en “Cuanto tiempo más llevará”. Desde ese mismo lugar, marcó el pulso para una versión energética de “No llores por mí Argentina” en la que Trueno tomó el tablado por asalto para ofrecer sus respetos a Seru, rima mediante. Y, como no podía ser de otra manera, el cierre llegó de la mano de “Seminare”, con ambos músicos recorriendo la pasarela fundidos en un abrazo. 

Nina Suárez encaró su paso por el Quilmes Rock con una cuota envidiable de intensidad. Después de un show por su cuenta en la primera jornada, el sábado primero se permitió colaborar con El Mató a un Policía Motorizado (ver más abajo), y luego atravesó el predio para ponerse al hombro un homenaje a la obra de su madre, Rosario Bléfari. En un primer segmento, Nina repasó canciones de Suárez junto a la última formación de la banda haciéndose cargo de la voz principal en gran parte del show (“Excursiones”, “Falso ladrido”, “La copa”) e invitando a varios amigos a tomar la posta. Así, Gato de 107 Faunos se adueñó de “Morirían”, Santiago Motorizado tomó las riendas en “Río Paraná” y Julieta Salas dio un paso al frente en “Pájaros”. Después de dos canciones en formato acústico del repertorio solista de Bléfari, Suárez volvió a electrificar las cosas al frente de Sue Mon Mont, la última banda de la que Rosario fue parte. La emoción y la sinceridad de todo lo logrado le hizo justicia a un set que por horario o distancia se vio perjudicado en su convocatoria y que pide un repechaje pronto. 

Que el linaje del rock nacional atraviesa a Mateo Sujatovich desde mucho antes de que se colgase una guitarra por primera vez y saliese a un escenario es tan cierto como que Conociendo Rusia supo hacer los deberes por cuenta propia para no tener que sacar a relucir pedigreés ni filiaciones. Por eso, por más que su presentación fue en el marco de la gira de Jet Love, su disco más reciente, su paso por el Quilmes Rock estuvo dominado por las canciones de Cabildo y Juramento, con “30 años”, “Quiero que me llames” y el tema que da nombre al álbum como picos de un show que tuvo en su ya versión de “Rezo por vos”  una intención manifiesta de con qué compararse.

Que El Mató a un Policía Motorizado haya decidido empezar su set en Tecnópolis con “Sábado” tuvo algo de justicia poética. Al menos por unos minutos, la banda platense puso en primer plano a su debut homónimo en un ámbito que estaba esperando canciones de su última década, que las hubo y en demasía. Con la transición de promesa indie a banda consagrada, a Santiago Motorizado y los suyos les tocó demostrar que existe una manera no canónica de hacer las cosas y así y todo alcanzar sueños metas. Hay temas hechos para ser cantados a los gritos (“Diamante roto”, “Yoni B”) y también un talento para convertir la desesperanza en canción (“Segundo plan”, “Medalla de oro”) y hacer del desasosiego individual una experiencia colectiva. A mitad del set y sin preámbulos, Nina Suárez apareció a hacer las veces de voz femenina en “Terrorismo en la Copa del Mundo”, una canción que se resignificó de fantasía a relato desgarrador con solo reinterpretar una letra de seis palabras (“Si vienen a buscarme, estoy dormida”), y algo de ese espíritu decantó también en el grito de guerra de “Ahora imagino cosas”. Por eso, aunque existe hace más de una década y media, de repente la letra de “Mi próximo movimiento” pareció ya no sólo producto de la imaginación, sino también un aviso profético. 

A Los Cafres, en cambio, les tocó tener que aportar la única cuota de reggae de la jornada. Lejos quedaron los días de las fechas y escenarios temáticos, donde el dancehall podía extenderse a lo largo y ancho del predio como un sonido unificador de propuestas y geografías. Y ahí donde cualquiera hubiera tirado el achique por inferioridad de condiciones, la banda liderada por Guillermo Bonetto salió a reivindicar su propio legado en el Quilmes Rock. Con una gira por España como hito más reciente, Los Cafres demostraron que “Bastará”, “Si el amor se cae” y “La receta” no necesitan de un contexto específico para convertir a un festival en un karaoke masivo. Mientras, en el otro extremo del predio, Barco apeló a su sensibilidad pop para un show centrado en las canciones de Antes del desmayo que también se paseó por sus otros tres discos. “El no lugar”. “Bronce”, “Eso es amor” y “Ultraliviano” fueron una certificación más del lugar que merecen ocupar en la gran marquesina del pop local.

Apenas pasado el mediodía, Dante Spinetta se tomó de la manera más literal posible la idea de presentar su último disco en el Quilmes Rock. “Rebelión”, “El lado oscuro del corazón”, el hedonismo de “La movie” y “Deja Boo”(hermanada musicalmente con la reciente “Starlight”) fueron puro funk, sensualidad y virtuosismo cortesía suya y de Matías Rada. Y si hasta ahí la provocación había sido apenas sugestiva, “Humo digital” evocó el hedonismo sin metáforas (“Fuiste la nenita que por mí se desvestía, dudo que te hayas olvidado de ese encuentro / Te hice de comer, luego te la metí adentro, con suavidad como a ti te gusta”). Acto seguido, su hija Vida apareció en escena para hacer las segundas voeces en “Olvídalo”, antes de una estocada final con “Mostro y “Funk Warrior”, porque a veces es mejor explicarlo todo y no dejar lugar a libres interpretaciones. 

Antes, en el escenario lindero, Koino Yokan había apostado por un derrotero opuesto con canciones que recorrían el ADN del rock nacional, con guiños que le pasan de cerca a Fito Páez, Charly García y Spinetta Jade sin forzar la escuadra ni sacándole mérito a temas como “Lo que hoy quieras” y “Todo el día así”, hits por derecho propio. Y si de tradición se trata, Fonso y Las Paritarias canalizaron linaje cultural, idiosincrasia política y candor social en un set breve pero ajustado que fue también la primera interpretación en vivo de su segundo disco. Mientras el final de “Malandra” se volvía mitad zapada percusiva rioplatense / mitad bombo de manifestación, Octavio Majul tomó la posta para hacer su propio análisis del presente del Quilmes Rock: “la vez pasada tocó Trueno con Damon Albarn, hoy están los Ratones. Hemos avanzado como sociedad”.

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