Hay un momento recurrente en los shows de Peces Raros, que suele crear un microclima en medio de su propio ritual de diseño y microdosis. Sobre el final de “En efecto”, un sonido de sintetizador comienza a oscilar cada vez con más velocidad hasta volverse una suerte de ruleta hecha de píxeles que gira frenética en lo que parece una parábola de aceleración constante, mientras las luces hacen lo propio. De a poco, el ritmo comienza a moderar su marcha, y una vez que encuentra su punto justo, Mauro Viera y Lucio Consolo se encuentran cara a cara en la mitad del escenario guitarras en mano, listos para machacar con las trece notas del riff de “No van a parar”, el hit que se convirtió en el kilómetro cero de su presente. La situación dura algunos minutos (más que cinco, menos que diez), pero sirve a la perfección para explicarle a un desconocido cómo la banda platense equilibra la balanza entre la liturgia tecnófila y el rigor rockero.
La llegada de Peces Raros al Palacio de los Deportes puede leerse como el último paso en un plan de conquista que comenzó el año pasado. Con el empujón de Dogma, su por ahora último álbum de estudio (y también gracias a un feat con Trueno en el remix de “Cicuta”), el dúo tuvo el primer contacto con la masividad con dos fechas en C Art Media en mayo de 2023, que se agotaron con rapidez y que transcurrieron bien entrada la madrugada. Tan solo medio año más tarde, la apuesta fue aún mayor cuando Peces Raros desembarcó en Obras, dispuesto a desacralizar al Templo del Rock con dos noches con alma de rave, que tuvieron DJ sets a modo de apertura y cierre de cada jornada, y que también transcurrieron sin horarios. El espíritu de la Moonpark, presente.
El debut de Peces Raros en el Luna Park funcionó al mismo tiempo como la despedida de Dogma como también la apertura de un nuevo ciclo que terminará de tomar forma cuando se publique su quinto álbum de estudio. De ahí que la apertura de la noche haya estado en “Desaparecer”, uno de sus últimos singles, una suerte de regreso al melodismo después de la celebración de la nocturnidad imperante en su última etapa. Bastante de eso hubo en “Parte de un mal sueño”, con el bombo en negras dispuesto a devorarse todo y las voces perdidas en un filtro de baja resolución. Y lo que hasta ese entonces apostaba por la sutileza visual, de a poco empezó a ganar protagonismo cuando se encendió una pantalla de fondo como si fuera un televisor sin señal, a pura estática.
Con la mano en alto ante un público ya encendido, Consolo solo atinó a decir “Lo bueno está por venir”, y la promesa se hizo realidad cuando, desde “Sombras en la pared”en adelante, la puesta en escena tomó un giro maximalista. Una enorme parrilla de luces que se prolongaba desde el escenario hasta bien adentrado el campo pasó a ser la gran protagonista visual del show, un despliegue lumínico que parecía buscar hacerle frente a la oscuridad plena que se vivía en las afueras del estadio en las primeras horas del día más frío del año. Y donde hay luz hay calor, y así fue como “Cicuta” y “Fabulaciones” (o cómo volver literal eso de “Las luces de neón golpeando la puerta, hadas de percal en horas inciertas”) sirvieron para olvidar la sensación térmica en pos de los cuerpos en constante movimiento.
Las imágenes de un superhéroe futurista en las visuales de fondo funcionaron como antesala del “momento” del show de Peces Raros. Después de que la pantalla se elevase en altura, un nuevo set de luces copó el escenario mientras “En efecto” se fundía con “No van a parar”, y un gran halo de luz blanco se proyectaba en diagonal, nacido en Madero y elevándose hacia el rincón más alto del super pullman. La nocturnidad de Peces Raros también es capaz de cambiar de formas según lo requerido en cada tama: “Girando en falso” se planteó como un “Blue Monday” ensamblado en la periferia universitaria de La Plata, mientras que “Óxido” fue un despliegue sonoro con los graves apuntando directamente al pecho de cada espectador, los cuerpos convertidos en cajas de resonancia mientras las lucen se movían en onda expansiva.
Sin más recursos que flashes blancos encendidos de manera intermitente, “A donde quieras” empezó a llevar el show a su tramo final, ahí donde “El edén” y “Clericó” se funden en una sola pieza, con dos mitades unidas por la veneración a una entidad superior a la que parece estar invocando en un rito chamánico alimentado a microdosis. Después de años de pasearse por los rincones de la noche, la búsqueda electrónica de Peces Raros ahora parece volver a emerger a la superficie, con la búsqueda de una nueva forma de canción autoconsciente cuyas formas de mutación terminaremos de conocer en breve.