lunes, 17 noviembre, 2025
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Music Wins 2025: Massive Attack, Primal Scream y más

A la hora del cierre de la edición 2025 del Music Wins, la pantalla del escenario principal pareció haber sido tomada por un ente autónomo. Cientos de titulares de noticias empezaron a desfilar cada vez con mayor rapidez, como si el amontonamiento de noticias formase una suerte de código fuente del presente y la sobreinformación premeditada. En medio de esa bruma de contenido, Massive Attack dio el comienzo a un show que fue a la vez recital, espacio de resistencia y lugar de cuestionamiento del presente, desde la pérdida de derechos individuales, el Estado como un aparato de vigilancia y las injusticias en la franja de Gaza como tópicos centrales.

A tono con su discurso, esta vez Massive Attack sonó más oscuro e industrial que nunca, con las canciones del brillante Mezzanine (1998) como eje central de un show plagado de proclamas políticas (la invitación a combatir al populismo de derecha), la denuncia del estado de monitoreo permanente por parte del poder (con la pantalla implementando reconocimiento facial a sus seguidores en el público, como si fuera un cuartel policial futurista) y la invitación a desconfiar de todo, incluso de aquello que uno mismo abraza como causa identitaria. En esa mezcla entre el trip hop color gris cemento, el dub agridulce y los climas vaporosos, Massive Attack desplegó de entrada sus mejores armas: la presencia de Horace Andy y de Liz Fraser, aún dueña de una voz angelical a sus 62 años. 

Con esa oscuridad premeditada, Robert Del Naja alternaron protagonismos en un show que empezó con una versión downtempo del dj italiano Gigi D’Agostino (“In My Mind”, que volvió a sonar sobre el final a modo de separador) antes de zambullirse de lleno en el terreno propio con “Risingson”, “Girl I Love You” y “Black Milk”. Poco después de una conmovedora versión de “Song to the Siren”, el tema de Jeff Buckley que Fraser ya había grabado junto a This Mortal Coil, Massive Attack se permitió versionar a una referencia de culto, con un cover ajustado de “ROckwrok” de Ultravox! Más adelante, el grupo haría propio otro tema, ajeno, esta vez “Levels”, de Avicii, pero con una modalidad irónica, una suerte de puesta en diálogo entre una canción pasatista y la brutalidad que llegaba de las imágenes de las pantallas. Entre tanto estímulo visual, Massive Attack se despidió del Music Wins sin más recursos que algunos parpadeos de luces mientras Fraser hacía su canto de sirena en la bellísima “Teardrop”, dejando a todos los presentes a diez centímetros del suelo.

“Hace mucho que no veníamos. Échenle la culpa a los productores. Échenle la culpa a la economía. Échenle la culpa al COVID. Échenle la culpa al hijo de puta de la motosierra”. Apenas iban 5 canciones en el set de Primal Scream en el Music Wins, y Bobby Gillespie ya había dejado en claro sus pareceres. Antes, a poco de arrancar, alzó una bandera con la consigna de Palestina Libre que le habían arrojado desde el público durante “Love Insurrection”, y volvió a tocar el tema en “Deep Dark Waters”, que terminó con una proclama en español: “¡No pasarán!”. Para Gillespie todo acto es político, incluso el que lo tiene al frente de Primal Scream hace cuatro décadas: el de mantener viva la llama del rock and roll no solo como género, sino como contracultura, como manera de señalar lo que hay que cambiar.

Como parte del espíritu inquieto de su creador, Primal Scream tuvo tantas formaciones como búsquedas artísticas, y su paso por el Music Wins permitió conocer varias de ellas. Con el flamante Come Ahead como excusa, la banda escocesa repasó algo de lo más reciente de su repertorio (“Love Insurrection”, “Ready to Go Home” y la ya mencionada “Deep Dark Waters”), para dejarle espacio a un repaso por el resto de su discografía. Hubo bastante del house devocional de Screamadelica (“Don’t Fight It Feel It”, “Loaded”, “Movin’ On Up”), algún manifiesto ciberpunk tocado con rabia (“Swastika Eyes”) y un paseo por su costado rockero en versión purista (“Jailbird”, “Medication”) y también una innegable veta stone (“Country Girl”, “Rocks”). Quienes se hayan quedado cortos, esta noche tienen revancha en C Art Media junto a Winona Riders

Sobre una base reggae dulzona, Tash Sultana comenzó su set homenajeando a Bob Marley con una versión respetuosa de “I Shot the Sheriff” que prometía rigor y solemnidad. Lejos de eso, la multi instrumentista utilizó ese tema como plataforma de lanzamiento para un show que hizo gala del virtuosismo y la creatividad. Con looperas repartidas a lo largo del escenario, Tash Sultana se permitió ir creando texturas y bases para su propio delirio musical, al punto de llegar a prescindir de la base rítmica de su show en pos de la tecnología. De la guitarra al teclado, de ahí a la trompeta de nuevo a los sintes, todo orquestado sobre un andamiaje de loops que crearon un telón sonoro atrapante, dinámico y vivo, con escalas obligadas en sus hits “Notion” y “Jungle”. 

Casi en el extremo opuesto, lo de L’Imperatrice en el Music Wins fue fruto del trabajo colectivo. El combo francés de nu disco hizo gala del trabajo mancomunado de sus cinco músicos (todos ellos ataviados en estricta indumentaria Adidas), con espacio suficiente para que su nueva vocalista, Maud “Louve” Ferron, ganase terreno en su puesto. Su set tuvo lugar para un estreno (el flamante “Chrysalis”, lanzado hace una semana) y se movió entre las arenas de lo bailable y lo hedonista con sutileza, hasta que de a poco el vivo fue pidiendo más. Así llegaron los cimbronazos casi sinfónicos de “Voodoo” y el cover de Daft Punk (“Aerodynamic”) como antesala de una despedida formal con esa invitación al baile que es “Entropya”.

A su manera, el comienzo del set de Winona Riders fue también una puerta abierta al dancefloor, pero con otras condiciones. “V.V.”, el tema que dejó en claro que la música a los márgenes está bastante más dispuesta a cuestionar el presente que la del mainstream, pareció poner al Music Wins en una sintonía entre raver y motorik. Pero ese viaje duró poco: de ahí en más, la banda de Morón se subió a la psicodelia en todas sus variantes, siempre con las guitarras como punta de lanza (“Dopamina”, “Hondart”, “Viajando en el asiento de atrás”) para terminar en lo más catártico y caótico de su repertorio (“APT”, “Riders”).

Después de un show acústico la noche anterior en Deseo, Yo La Tengo se sacó las ganas de electrificarse sobre el escenario en Mandarine. El trío de Hoboken apostó fuerte por el ruido de entrada con “Sinatra Drive Downtown” y “Stockholm Syndrome”, con Ira Kaplan haciendo de su guitarra un acople eterno.  Como contracara, “Aselestyne” y “Big Day Coming” aportaron sutileza y detalles mínimos que poco pudieron hacer contra el volumen imponente que llegaba del escenario lindero de la mano de Camionero. Por eso, después del despliegue melancólico de “Autumn Sweater”, nada mejor que volver a la senda de la electricidad de la mano de “Tom Courtenay” y “Pass the Hatchet, I Think I’m Goodkind”. 

Justo mientras Yo La Tengo apostó por bajar los decibeles, Camionero salió a escena con una fuerza arrolladora, a tono con su propio lema “Parecemos dos, pero somos un montón”, una descarga eléctrica que se lleva puesto todo lo que se le ponga enfrente. En el otro extremo de la voracidad, The Whitest Boy tuvo bastante pulso bailable pero con ánimos contenidos. “Keep a Secret” puso al noruego Erlend Øye y sus compañeros alemanes al ritmo de un funk suave con cadencia carioca. Después, “High on the Heels” puso a los teclados en relieve protagónico, mientras que “Inflation” y su arpegio dulzón aportaron una dosis de melancolía que fue apaciguada en el medley entre “Timebomb” y “Golden Cage”, hermanadas por un mismo pulso rítmico. Antes, mientras el sol pegaba de lleno en el predio, Terrores Nocturnos dejó en claro que es más que “la banda de”. Canciones como “Remises truchos” y “Las brujas” se mueven entre la sensibilidad indie, la catarsis guitarrera y la facilidad con la palabra de Marcos Aramburu como herramientas válidas para el reconocimiento.

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