A diferencia de las dos primeras jornadas del Lollapalooza, en donde parecía haber algún hilo o denominador común a lo largo de la fecha, la tercera y última jornada del festival se caracterizó por la amplitud de estilos y géneros, una suerte de Elige tu propia aventura sin respuestas incorrectas. De ahí que, antes que Feid diese el show de cierre en el Flow Stage, en la otra punta del predio Limp Bizkit entregase sesenta minutos de estricto nü metal como si fuese el año 2000. La campera de colores flúo no engañó a nadie: los modismos y actitudes de Fred Durst siguen siendo los mismos que en Woodstock 99, y su banda acompañó con un setlist que se aferró a ese recorte temporal, desde el comienzo con “Break Stuff”, su flirteo con el cine de acción de “Take a Look Around” y la patoteada a Nine Inch Nails de “Hot Dog”. El viaje al pasado se cumplió tan a rajatabla que después de parafrasear a Prince y proponerle al público “festejar como en 1999”, su versión de “My Generation” tuvo que ser interrumpida para asistir a la gente más cercana a la valla.
Mientras el baterista John Otto y el bajista Sam Rivers construían una base rítmica plagada de purismos, Wes Borland apeló a su mejor costado: detrás de un disfraz indescifrable, el guitarrista no solo disparó riffs de grueso calibre, sino también soundscapes y experimentos sonoros que lo ubican a una legua del resto de sus colegas en el género. Y si su cover de “Behind Blue Eyes” prometía un remanso, “Nookie” llevó las cosas al extremo opuesto, una dosis de rap metal que se amplificó en “Re-Arranged”, que decantó a su veraz en una versión de “Killing in the Name”, de Rage Against the Machine. Con un set limitado por el horario, Limp Bizkit se retiró con una versión de “Break Stuff”, el mismo tema con el que salió a escena, porque a veces no hace falta pensar demasiado las cosas para poder disfrutarlas.
Al mismo tiempo en el que el colombiano Feid desplegaba sobre el cielo un arsenal de 300 drones como novedad de un despliegue de reggaetón de fórmula, King Gizzard & the Lizard Wizard propuso en el Alternative una propuesta completamente distinta. Se sabe: la banda australiana cuenta con una nada despreciable discografía de ¡veinticinco! discos, por lo que ir a ver un show suyo es entregarse al factor sorpresa. Su debut en Lollapalooza se centró en su faceta más conocida, ahí donde la psicodelia, el stoner y el proto metal se dan la mano, como lo evidenciaron “Mars for the Rich” y “Gaia”, tocadas a tres guitarras y con espacio para un extenso solo de batería de Michael Cavanagh. Después del despliegue de “Gila Monster” (que sonó como si Godzilla caminase por el predio), King Gizzard reformuló en plan valvular el trip lúdico de “Trapdoor”, donde Stu Mackenzie pasó de las seis cuerdas a la flauta traversa. Poco después, el tecladista Ambrose Kenny-Smith tomó su armónica para colar algo de “Got My Mojo Workin’” en “Cut Throat Boogie”, antes de esa prueba a la paciencia llamada “The Dripping Tap”, veinticinco minutos de pesadez y lisergia, tan solo una muestra de lo que serán capaces de invocar en su sideshow junto a Winona Riders.
Jared Leto está tan seguro del magnetismo de su figura que no necesita mucho más en el escenario de Thirty Seconds to Mars. Su hermano Shannon en una batería montada sobre una tarima al borde del tablado y un multi instrumentista ubicado casi fuera de plano bastaron para una descarga de un rock tan sufrido como épico. El actor devenido músico tuvo que soportar en más de una ocasión ser acusado de tener actitudes mesiánicas, algo que pareció haber aprendido a usar a favor de su persona escénica. Ataviado con un vest rojo furioso de Kostume, Leto fue a su manera un pastor guiando a su rebaño, rodeado de llamaradas y fuegos de artificio en “Up in the Air” y “Kings and Queens”, y también capaz de imponer órdenes para pedir una rueda de mosh con reglas de convivencia en armonía para “This is War”. Esa idea de comunión con sus seguidores fue un paso más allá en “Rescue Me”, donde un grupo de fans fue invitado al escenario a cantar junto a él el tema de America, de 2018. Luego de lograr traducir su poder de convocatoria a un mar de luces de celulares encendidos en el campo, Leto invitó al escenario a Patricio Sardelli, de Airbag, para que sumase pirotecnia guitarrera a “The Kill (Bury Me)”, el primer hit del grupo. Y por si eso no era suficiente, Paulo Londra hizo una tímida aparición en escena para “Attack”, en la que intentó transmitirle sin éxito algún festejo mundialista a su anfitrión, antes de que todo cerrase con “Closer to the Edge”.
El irlandés Hozier recibió sus primeros treinta y cuatro años el mismo día de su debut en Lollapalooza Argentina, y el espíritu celebratorio con el que sus seguidores celebraron su onomástico pareció ir a contramano del clima que buscan evocar sus canciones. Aunque su música le pase de cerca al indie folk, todo parece estar atravesado por el blues rural, crudo y acústico, interpretado como si se estuviera en un juke joint en vez de en un festival internacional ante decenas de miles de espectadores. Con un repertorio que no requirió de grandes recursos escenográficos, Hozier logró captar la atención de la audiencia y mantenerla encerrada en su puño durante “Cherry Wine”, interpretada en soledad ante un océano de teléfonos celulares que buscaban retratar el momento. Ya de regreso en el tablado ,su banda aportó gospel y sentimiento a “Work Song”, una página amable que contrastó con el tono opresivo de “De Selby (Part 2)”, la banda de sonido posible si los Peaky Blinders hubieran nacido en el bayou de Luisiana. “Would That I” mostró una cara más amable, y sirvió para mitigar la espera de su hit más grande. Hozier interpretó “Take Me to the Church” sobre el final de su show, la prueba de que el que cumple años festeja como quiere.
Hechos y no opinión: Bandalos Chinos fue la única banda argentina en tocar en un horario central en el escenario principal durante todo el festival. El dato deja de ser una sorpresa si se contemplan los últimos dos años de la banda de Béccar: discos grabados en el laboratorio sonoro Sonic Ranch en Texas, incontadas giras por el continente con tickets agotados en todas sus escalas y una convocatoria cada vez más ascendente en su propio país. Con “Isla” y “Mi fiesta” fueron una entrada en calor para que la banda terminase de agarrar envión en “Una propuesta”, mitad Gloria Gaynor, mitad carnaval carioca. Parte de ese crecimiento de Bandalos Chinos y el peligro de los delirios de grandeza que acarrea la fama fueron bien retratados en “Paranoia Pop”, una suerte del “Fame” de Bowie potenciado por las guitarras de Iñaki Colombo y Tomás Verduga y con un cambio de letra como pequeño statement político (“No hay plata para el duty free”, bromeó Goyo Degano). Y si el día anterior ese tablado había tenido a Phoenix ocupando ese mismo lugar, es posible trazar un rastro de influencia de la banda de Versalles en “Sin vos no puedo”, el tema que abre El Big Blue. El acomodo de piezas sumó aires latinos a “Departamento” y dio lugar al terreno baladístico de “Demasiado”, hasta que todo se puso en su lugar de la mano de ese hit imbatible llamado “Vámonos de viaje”.
“¿Que por qué hago un tema de Dua Lipa? Porque lo escribí yo”. Plantada en el escenario Samsung, Jessie Reyez parecía querer explicarle al público de Lollapalooza que ya estaba en esto mucho antes de cortar singles por su cuenta. Así fue que sonó “One Kiss”, el simple que la británica grabó con Calvin Harris, pero que compuso esta canadiense de 34 años, que no dudó en celebrar su debut porteño en un plan lúdico. Reyez se la pasó alternando entre el español y el inglés para hablar con sus seguidores, no dudó en calzarse una camiseta de la selección con su nombre que le arrojaron desde el campo durante “Jeans” y no dudó en sanar en público las heridas de una relación tóxica en “Still C U” y en una versión reducida de “Mutual Friend”. Promediando su set, se permitió homenajear a Bob Marley, uno de sus máximos referentes, con la versión de “Is This Love” que grabó para la biopic del jamaiquino, y el desenfado destrabó un nuevo nivel cuando invitó al escenario a sus padres para que bailasen con ella al son de “Qué calor”, de Pibes Chorros.
“Siempre que venimos a Argentina, con Zoé o por mi cuenta, termina pasando algo”. Con algo de resignación pero sin perder la sonrisa, León Larregui se tomó con calma que su set se viese interrumpido por segunda vez, cuando una falla de sonido dejó al escenario , algo que ya le había pasado en el tema anterior. Antes y después de ese incidente, el artista mexicano desplegó varias viñetas del universo musical de su carrera en solitario. Al frente de una banda mixta, Larregui se puso a jugar con un microsintetizador para llenar el aire de sonidos símil arcade que crearon la atmósfera para “Su majestad la eternidad”, antes de que las cuestiones técnicas dejasen inconclusos los aires cinematográficos de “Carmín” y la pasta guitarrera de “Souvenir”. Una vez que las piezas estuvieron de vuelta en su lugar, Larregui y su banda recrearon una atmósfera de folk de madrugada en “Brillas”, en la que el público tomó la posta durante el estribillo. De nuevo con una eléctrica en las manos, León ofició de guía para que “Quetzal”, una especie de glam galáctico que maridó oportunamente con “Amantes”, con una cuota de lascivia allá Dárgelos.
En tiempos en los que el pop parece ser un recurso inevitable para varios, El Zar puede jactarse de que ellos estuvieron ahí desde el primer momento. Facundo Castaño Montoya y Pablo Giménez pueden jactarse de no ser unos improvisados en el género, como quedó claro con su show en el Samsung Stage, armado con un hilo narrativo con música incidental de entrada y salida del escenario. “¿Qué pasa?” puso en marcha un show que tildaba todos los casilleros del formulario ISO 9001 de control de calidad pop. Con las canciones de Río Hotel como eje, El Zar dio muestras de su crecimiento artístico, algo palpable en “Bandido”, “El momento perfecto”, “Tres días” y “Apasionado”, y también en el single stand alone “Tarde o temprano”, que parece vislumbrar algo de ese futuro que ya parece haberse materializado en su colaboración con Cachorro López para la recreación de “Así es el calor” que ya tienen publicada en plataformas digitales.
El vínculo entre Ximena Sariñana y Buenos Aires no se reduce solo a sus visitas para presentarse en vivo. Como ella misma lo recordó al público del Alternative Stage de Lollapalooza, su álbum debut, Mediocre, fue gestado en estas latitudes junto aTweety González hace diecisiete años. En el tiempo transcurrido entre ese momento y el presente, Sariñana creció artísticamente en múltiples direcciones, y su set fue testigo de esa expansión. Hubo lugar para que la pulsión rítmica del soul marcase el ritmo de las canciones, como ocurrió con “ALV” y “Qué tiene”, antes de tomar un viraje de cadencias latinas más marcadas en “Si te vas” y “La vida no es fácil”. Con el corazón roto, “Cobarde” la puso al frente de una balada triste, antes de que se colgase una Fender Jaguar para “Nada”, un estreno con una cuota necesaria de mugre, antes de cerrar el círculo con los climas fionaapplescos de “Mediocre”.
Para Fermín Ugarte, el pop es el medio y también el mensaje. Su show en Lollapalooza se movió dentro de todas las variaciones posibles del género, desde el comienzo eufórico de “Berlín” a su variante más melancólica en “Parque de la Costa”. De remera y camisa blancas, Fermín también se animó a cruzar falsetes, una voz con vocoder y una guitarra española para “Elemento”, mientras la base de fondo parecía programada por Jamie xx, y hubo lugar también para medirse en el terreno de la balada urbana con “Down”, con Six Sex como invitada. Con la atmósfera cargada, fue necesario volver a un escenario más inocente, y ahí fue donde hizo su aparición rotonda, poco antes de que Goyo Degano de Bandalos Chinos se acoplase a “Botón”, el single de 2022 que publicaron en conjunto. Cerca del final, un último feat: Dillom, su eterno socio (de su colaboración en “Sauce” al lugar clave que Fermín ocupó en la Post Mortem Band), compartió el protagonismo en “Paraíso”, antes de que “Primavera” pusiera final al show con un fade out emocional.