domingo, 26 octubre, 2025
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Lollapalooza Argentina 2024, día 2: baila conmigo

Si la primera jornada de Lollapalooza Argentina 2024 se sostuvo por los opuestos emocionales de Blink-182 y Arcade Fire, en el segundo día pareció haber una narrativa similar entre varios artistas de la grilla en general, y entre sus headliners en particular. SZA y Sam Smith fueron la punta de lanza de una fecha en la que los artistas se encargaron de poner al público en movimiento y acercarlo al baile. La arista nacida como Solana Imani Rowe decidió apelar a un show con un concepto algo difuso que parecía continuar la estética de SOS, su segundo álbum solista. Pero así como la portada de ese álbum la tiene sentada sobre un trampolín contemplando un océano inabarcable, en el Hipódromo de San Isidro se tradujo a una puesta que simulaba ser la cubierta de un barco pesquero, y lo que prometía ser un show efectivo pero no por eso complaciente debió luchar contra la intromisión del audio de The Driver Era, que llegaba desde el Alternative. Sus colaboraciones con Kendrick Lamar, Doja Cat y Drake y los seis singles de SOS ayudaron a mantener magnetizado a un público que también sirvió como confirmación de ser una audiencia cautiva para cuando SZA quiera repetir un encuentro con sus fans locales, esta vez sin tener que compartir el protagonismo ni descuidar una propuesta calculada al milímetro.

De riguroso outfit de negro y lentes de sol, Sam Smith comenzó su segundo show en Lollapalooza Argentina con una selección de canciones de In The Lonely Hour, su álbum debut. Todo parecía indicar que uno de los dos platos fuertes de la noche había decidido jugarse por el intimismo y la melancolía imperantes en “I’m Not the Only One” y “Stay With Me”. La escena no tardó en quebrarse de un golpe: luego de cambiar su vestuario por un vestido de gala negro, Smith dividió su show en tres actos temáticos que son también los pivotes temáticos de su obra: amor, belleza y sexo. “Perfect” y “How Do You Sleep” lo pusieron al frente de un show de espíritu liberador, que tuvo también lugar para sus feats en temas de Disclosure y Calvin Harris, y en el que su propio protagonista no pudo evitar la tentación de calzarse la diez de la albiceleste en señal de agradecimiento. Después de una transición musicalizada con “I Feel Love”, de Gloria Gaynor, Smith volvió a calzarse el vestido para evocar a Kim Petras en las pantallas y despedirse con “Unholy”, la prueba de que en el terreno del hyperpop el infierno está encantador todas las noches.

Mientras Phoenix tocaba “Entertainment”, la segunda canción de su set, las pantallas de fondo que hasta ese entonces habían estado apagadas fueron tomadas por asalto por la imagen de uno de los salones del Palacio de Versalles. La elección no era solo un ideal posible del nivel de sofisticación de Thomas Mars y compañía,sino también una reivindicación de su lugar de pertenencia, donde París resulta una definición un poco amplia que no hace justicia al suburbio que los vio nacer. Como en cada una de sus cuatro visitas anteriores a la Argentina, Phoenix dejó en claro que su vivo es un acto contundente, sostenido no solo por un frontman carismático y seductor, sino también por los entramados de guitarras de los hermanos Christian Mazzalai y Laurent Brancowitz, y sobre todo por el pulso salvaje del baterista Thomas Hedlund, que ya podría ser elevado a categoría de miembro oficial.

Como en una muestra de que su obra es cíclica y que las distintas etapas de su carrera pueden dialogar entre sí, Phoenix recurrió en más de una ocasión a los medleys como recurso unificador de sus canciones. Así, “So Young” se convirtió en “Girlfriend”, “If I Ever Feel Better” mutó en “Funky Squaredance” (con la presencia en escena de una dama enmascarada misteriosa que tuvo a todos los músicos arrodillados) y “Trying To Be Cool”, con Mars filmando al público desde unos binoculares con cámara, mutó en “Drakkar Noir”. En el medio, el sintetizador abrasivo de “Rome”, que sonó como una nave espacial del Dune de David Lynch aterrizando en el predio, y los aires paulsimonescos de “Tonight”, antes del cierre obligado con “1901”, quizás el último gran himno indie de los últimos quince años, antes de que la banda arremetiese con una versión instrumental de “Identical” para que Mars se entregase a una sesión de crowd surfing, todo sin perder la elegancia. 

Como unos Neo y Trinity dueños del código binario de los hits de alta manufactura, Miranda! convirtió al Samsung Stage en su propia Matrix. Durante una hora, Ale Sergi y Juliana Gattas sortearon la inmensidad del escenario dándole el protagonismo a sus canciones. Durante el primer tramo de su show en Lollapalooza, desde “Ya lo sabía” y “Lo que siento por tí” pasando por “Nadie como tú”, la dupla tuvo como única compañía en el tablado a Ludo Morell en batería y Gabriel Lucena en bajo, guitarras y teclados según el tema, la muestra de que Sergi y Gattas si quisieran serían capaces de sintetizar un ente autónomo capaz de pergeñar su orfebrería melódica. Ya en “Tu misterioso alguien”, la presencia en pantallas de Andrés Calamaro dejó en claro que parte del set de su segundo paso por Lollapalooza respetaría la lógica de Hotel Miranda!, aunque sin invitados presenciales. “Uno los dos” junto a Emilia Mernes; “Perfecta”, con María Becerra y FMK, y “Yo te diré” junto a Lali funcionaron como paliativo para quienes no estuvieron presentes en su fiesta masiva en Ferro en diciembre pasado. Así y todo, quedó en claro que el repertorio de Miranda! se sostiene por peso propio, como quedó en evidencia con los momentos de europop eufórico de “Prisionero” y “Me gustas tanto” o el coreo masivo de “Mentía”, “Fasntasmas” y “Enamorada”, con Gattas repitiendo el protagónico después de su show solista sobre el mismo tablado la jornada anterior.

Con el reloj en mano, la idea de un show de Jungle a pleno rayo del sol podía pasar por un desacierto irremontable, pero si hay algo que el proyecto liberado por Josh Lloyd-Watson y Tom McFarland demostró en cada una de sus visitas a Buenos Aires es su cintura para encender el baile en cualquier contexto posible. Su paso por Lollapalooza no fue la excepción: ya desde el comienzo con “Candle Flame”, el groove puso al público en movimiento intenso, sin que importase si la voz de Erick the Architect llegaba desde un video pregrabado en vez de ser ejecutada en vivo. El leit motiv de flauta de “Dominoes” prometía un cambio hacia un pulso más cadencioso, pero se trató solo de una intromisión: “The Heat” volvió sobre la senda en la que todas las piezas funcionaron a favor del ritmo. Desde la incorporación de Lydia Kitto como voz femenina, Jungle amplió su juego y sumó más matices y colores, siempre con el baile como denominador común. Más que títulos, las canciones del último tramo del show parecían indicaciones o mandamientos: “Good Times” y “Keep Moving” fueron consignas a respetar antes del cierre con su hit definitivo, “Busy Earnin’”, el hito fundacional del neo soul.

El baile pareció ser también el motor detrás del show de Latin Mafia, aunque quizás su sello más distintivo no sea la música sino el fenómeno. Con solo una docena de singles cosechados desde 2021 a la fecha, el combo regiomontano montó una presentación un formato ya abandonado por la música urbana. Los hermanos De La Rosa no van por lo ambicioso: tan solo una tarima con un par de macetas de donde el mayor de ellos, Mike, disparó bases mientras los otros dos, los mellizos Emilio y Milton le pusieron voz a un repertorio que suena como hecho a la medida de la plataforma que los disparó a la fama: Tik Tok. Cada tema es un viral en potencia, la banda de sonido de un challenge, un indicador del signo de los tiempo sin que eso juegue en contra de la orden de la consigna del baile por el baile mismo. También desde México llegó el acto siguiente, Kenia OS, una ex Youtuber devenida en cantante, que logró despegarse de la etiqueta de fenómeno fugaz gracias a sus colaboraciones con Thalía y Rels B, un fenómeno que acumula cifras por millones en su país de origen, pero que resultó de difícil digestión a 8 mil kilómetros de su tierra natal.

Hay algo deliberadamente nostálgico en la música de Luca Bocci. Su obra está atravesada por el ADN del rock nacional de los ochenta, tanto en contenido como en forma. Desde el comienzo con “Ahora” quedó en clara que la referencia al Spinetta post Jade, y una letra que parecía también una carta de presentación (“Mis canciones no son complicadas, me cansé de huir de mí y esta es la prueba”). Algo del primer Fito Páez asomó  también presente en “Poder” y “Buscando una salida”, con un sonido tan prolijo y cauto que tuvo que hacer batalla al groove imponente de Lia Kali que llegaba desde el Alternative. Con un poco de músculo rítmico y algún toque de jazz rock, el set de Bocci  en Lollapalooza recorrió canciones como “Casa ocho” y “Era de Piscis” con pulso firme, pero también sin sobresaltos ni riesgos. Cuando su show parecía al borde de la reiteración, “Paraíso corazón” marcó la diferencia, con los hermanos Benicio y Angelo Mutti Spinetta sumando barras y flow. La jugada parecía llevar el show a un terreno más movedizo en el ritmo, como lo evidenció “Levitando”, pero la jugada duró poco: de ahí al cierre y al saludo final, justo cuando las cosas parecían abandonar una fórmula repetida. 

En el otro extremo del predio, Blair ostentó su propia localía en un festival caracterizado por el espíritu comunitario. Julieta Orderica montó en Lollapalooza una versión condensada de los shows con los que se adueñó de Niceto en 2023. Desde el vamos, “Otra noche en los 70s” impuso un pop de alto impacto, que supo también adquirir ribetes emo en “Tu ausencia”, mientras hacía flamear un vestido de un blanco luminoso que contrastaba con el cielo plomizo que sobrevolaba el predio. “Indies”, con el protagonismo compartido con su guitarrista y socio creativo Dante Saulino, le abrió paso a temas con matices y colores más variadas como lo mostraron “Lo único que quería” y el ritmo quebradizo de “Opuesto complementario”. Y aunque su nombre artístico remite a Linda Blair, protagonista de El Exorcista, su personaje escénico en el Lolla la linkeó con Sissy Spacek en Carrie, después de que reventase un corazón de utilería que bañó de un rojo furioso su vestido hasta entonces impoluto. “Troya”, “Mi suerte” y “Novios imaginarios” apelaron de distintas formas al desasosiego sentimental, para que “Afterlife” hermanase desde su título con uno de los puntos más altos del show de Arcade Fire la noche anterior. Y si de provocar se trata, Blair guardó la última bala para su cierre, cuando reformuló el estribillo de “Los modernos”: “A Lollapalooza le falta rock”.

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