miércoles, 10 septiembre, 2025
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Lollapalooza Argentina 2024, día 1: emociones cruzadas

Sobre el cierre de su primera jornada, Lollapalooza 2024 tuvo a dos headliners que apelaron a una emotividad opuesta a la del otro. Blink-182 y Arcade Fire se ubicaron en extremos opuestos no solo del predio, sino también de su propia manera de narrar. De un lado, la celebración de una adolescencia eterna con el plus de una deuda finalmente saldada con el público argentino; del otro, un grupo que no teme anteponer los sentimientos en cada canción y, de ser posible, cargarla de épica. 

A lo largo de su existencia, el trío californiano cosechó misma cantidad de seguidores que de detractores a fuerza de un punk con ambición pop y humor chabacano producto de un estado mental de viaje de egresados permanente. Lejos de ceder ante el pudor y los señalamientos, Blink-182 convirtió esos ítems en su bandera y la hizo flamear con orgullo, una suerte de correlato musical de las películas de American Pie (no por nada el grupo realiza un cameo en la primera entrega de la saga) que funciona también como un elogio de la simpleza. Su otro valor agregado es la nostalgia: su desembarco en Latinoamérica coincidió también con el regreso a sus filas del guitarrista y cantante Tom DeLonge, que se había retirado de la banda para cosechar un costado “serio”, pero finalmente decidió volver sobre terreno conocido. Por eso, más allá de las canciones de su álbum de regreso y de algunas concesiones, Blink apostó por donde mejor sabe moverse: melodías tocadas a pulso veloz con letras que oscilan entre la angustia juvenil y un humor sexual y escatológico, y con el baterista Travis Barker en modo pirotécnico. “All the Small Things”, “What’s My Age Again?”, “Dammit”, “I Miss you” y “Stay Together For the Kids” oficiaron de viaje en el tiempo a un pasado en el que el videoclip tuvo en Blink-182 uno de sus últimos defensores, con un poder de fuego que logra interpelar a una generación alimentada a base de Tik Tok. 

Antes de eso, Arcade Fire no escatimó en barroquismos y golpes de efecto en su tercera visita a la Argentina. En un repaso amplio de su discografía, la banda canadiense carreteó con “Age of Anxiety II (Rabbit Hole)” y el latido robótico de “Creature Comfort” como antesala de “Neighborhood #3 (Power Out)” y “Rebellion (Lies)”, dos de los puntos más altos de Funeral, su álbum debut. Arcade Fire atravesó cada canción en un espíritu de comunión latente, un sentimiento compartido tanto arriba como abajo del escenario. Win Butler y Regine Chassagne fueron y son capaces de invocar un aura de emotividad alternando entre diferentes vías: hay indie, sí, pero también cuotas de afrobeat, música disco y pop sintético. Ambos no dudaron en bajar a la fosa y recorrerla en profundidad hasta bien entrado el campo, una manera de reforzar que la fiesta solo es colectiva mientras sean muchos los que participan, como quedó en claro en “Afterlife” y “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)”. Después de que “Everything Now” demostrase una vigencia premonitoria, Arcade Fire tuvo un inesperado guiño regionalista cuando invitó a Javiera Parra a interpretar junto a la banda “Gracias a la vida”. La cantante chilena también fue parte del cierre con una versión bilingüe de “Wake Up”, la muestra de que Lollapalooza es también un espacio para cruces tan inesperados como necesarios.

Con diferentes maneras, dos de los actos del centro de la tarde apelaron por reformular los límites de la mal llamada música urbana. En vez de apelar al impacto inmediato, Ysy A dejó que su show fluyese con ritmo propio, con un comienzo compartido junto a Cucuza Castiello y un quinteto con guitarra, contrabajo, bandoneón y violines para darle una impronta arrabalera a algunas piezas más fáciles de adaptar de su repertorio (“Traje unos tangos”), pero también a otras más disruptivas e inesperadas (“Trap de verdad”, “Relojes reventados”). Pero como una cosa es asumir un riesgo y otra distinta dar un paso en falso, por lo que a la altura de “Cual?” e “Hidro” ya las cosas estaban de nuevo sobre el terreno del (t)rap duro y purista. La presencia de Jere Klein como invitado ayudó a que Alejo Acosta volviese a poner en crisis cualquier sismógrafo que estuviese encendido en la zona. El público tomó la posta en “Cómo chilla ella”, un hit al límite de la incorrección que luego fue doblegado por “Casi un g”, el precinto de acceso al vip en el infierno. Para el final, “Tamo Loco” y una frase tan arrogante como real: “¿Cuánto’ loco’ como yo enamorao’ de la puta vida que algún dio’ me habrá dado?”.

CATRIEL & Paco Amoroso en un jacuzzi. El anuncio del regreso al vivo de la dupla más excéntrica y delirante escondía interrogantes en las posibles interpretaciones de su nombre, y lo que nadie sospechó fue que se trataba de una nomenclatura literal. En vez de un show en vivo, CA7RIEL y Paco emplazaron un jacuzzi en el centro del escenario Alternative, se metieron en la espuma e hicieron una escucha masiva (y adelantada) de su primer disco juntos, Baño maría. Mientras Anita B. Queen hacía correr los tracks, un grupo de amigos de los hosts se sumaron al escenario para un happening bizarro pero bien jugado, que le pasó bien de lejos a la monotonía festivalera, un happening dentro de la grilla del Lollapalooza.

Rompiendo la norma de que la electrónica es terreno exclusivo del Perry’s Stage, Peces Raros montó su rave privada en el Alternative. Lucio Consolo y Mauro Viera replicaron en el Hipódromo la lógica de sus presentaciones en vivo, la de una banda de rock atravesada por el espíritu de un DJ set en donde todas las canciones de un mismo todo. El clima envolvente de “Cicuta” y su baile a velocidad crucero mutó en “Cerca” y su fervor efedrínico. Después de “Fabulaciones”, el aire pareció entrecortarse durante “En efecto”, mientras el beat se abría paso entre sintetizadores salidos de una película de ciencia ficción para desembocar en “No van a parar”, el tema que sentó las bases de la reconfiguración de la banda en 2018. Entre el house más marcial y el EDM de estructuras más libres, “Insuficiente” y “Óxido” acomodaron las piezas, con los protagónicos repartidos y con el equilibrio ajustado entre el trip melódico y el andamiaje rítmico. Y si bien el cierre formal fue con “Clericó”, el estribillo de “El edén” ofició también de descripción de hacia dónde se mueve la música de Peces Raros. Vendaval en las puertas del Edén, ninguna crónica podría haberlo evocado mejor. 

Con suficientes horas de vuelo acumuladas al frente de Miranda!, Juliana Gattas tuvo en Lollapalooza el debut formal de su carrera solista. Así como su show en Ferro fue el estreno en vivo de su primer single en solitario, su paso por San Isidro la tuvo por primera vez como única protagonista. Su set sirvió como excusa para presentar en vivo las canciones del flamante Maquillada en la cama, publicado hace solo unas semanas, y que sentó las bases de su breve presentación en San Isidro: tecno pop bailable, nostálgico y con una cuota importante de humor y absurdo. Gattas desplegó todo el arsenal de stickers de su cuenta de su WhatsApp a modo de visuales, a las que les sumó su histrionismo clásico y una cuota no discrecional de acting para ensalzar el pulso de “Borracha en un baño ajeno”, una versión extendida de “Lejos del fuego” y un inesperado cover de “Weekend”, de Demonios de Tasmania, que tomó por sorpresa y desconcierto a gran parte de un público que no había nacido cuando Sharly Gramuglia y los suyos publicaron Modelo 96

Tiene sentido que las nubes eliminasen todo rastro de luz solar al momento del show de Mujer Cebra en el escenario Samsung. Un trío poderoso nacido en pandemia que canalizó en el post punk la angustia y el sofocón del aislamiento, con canciones tan crudas como liberadoras. Para muestra, “Y no me digan nada”, tema encargado de abrir su más reciente álbum, Clase B, y también su show en San Isidro, de rigurosa etiqueta negra. “Nuevos miedos” y “Verano (sin personas)” funcionaron como títulos autoexplicativos de un universo en el que se bracea entre la oscuridad, como queriendo sacar piedras de un derrumbe para hacer lugar a una mínima hendidura de luz. En el otro extremo del predio y también del estado anímico, Daniela Milagros apeló a un despliegue de hard rock vigoroso y avasallante palpable en “Ego”, con sus versos que se pasearon entre el español y el inglés. De ahí al keytar, con no una sino dos guiños inesperados a Damas Gratis: el primero, cuando interpretó “Para Elisa”; el siguiente, cuando durante la pieza de Ludwig Van Beethoven se coló la melodía de “No te creas tan importante”. Para descomprimir, Milagros y su banda apelaron al repertorio ajeno, primero con una versión traducida de “Psycho Killer”, y con “Sweet Dreams (Are Made of This)”, más cerca de Manson que de Eurythmics. Para gustos, los colores. 

El tiempo pasó rápido para Inés Adam y Martina Nintzel. El dúo que timonea Pacífica quemó instancias a velocidad galopante, donde las redes jugaron un doble rol, primero para que se conociesen entre ellas,y luego para convertirlas en fenómeno viral de la mano de sus versiones de The Strokes. Pacífica supo aprovechar ese coletazo a favor de su repertorio propio, un retro rock que las supo llevar de gira por Europa, pero también ser un número puesto para los festivales en estas latitudes, como lo confirmó su paso por la primera jornada de Lollapalooza. Canciones como “With or Without You”, “Anita” y “Change Your Mind” (e incluso su cover de “Take On Me”, de A-Ha) son credenciales suficientes para revalidar su estatus, y sirvió como hilo narrativo guitarrero para lo que siguió a continuación en el escenario Flow. Sin ninguna intención de apelar a la complacencia y a la amabilidad, Winona Riders apeló desde el vamos a la inmolación narcótica durante su set. Con su encuentro entre Jesucristo y Satanás mediado por un mar de LSD, “Dorado y Púrpura” asomó sobre la superficie de un show dominado por zapadas en plan de largo trip psicodélico, con el consumo de drogas convertido ya no solo en un acto recreacional sino también en una vía para el ascenso espiritual.

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