Es mi primera vez acá y deberíamos divertirnos todo lo que se pueda, ¿no? ¡Nunca vi tanta gente en mi vida!”. Sobre el cierre del Lollapalooza 2025, Olivia Rodrigo no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos, una marea humana que se extendía mucho más allá de lo que su vista podía registrar. Fue la convocatoria más grande del festival, y también la más difícil de domar: desde antes de su set, la producción tuvo que suplicar al público que retrocediera un par de pasos, y ya empezado su show, después de la balada “Driver’s License”, debió ser interrumpido unos minutos para asegurarse que el festejo siguiera en paz. El clima había amagado con poner el encuentro en stand by, y tal vez por eso mismo el fervor estuvo alto desde la previa y apenas si logró disiparse tras el final de su show.
Enfundada en un conjunto de dos piezas de cuero rojo, Olivia Rodrigo había tomado el escenario por asalto de la mano de “Obsessed”, una canción pop de espíritu punk ATP que sentó las bases de gran parte de su set. La balada “Vampire” prometía el orden y progreso que recogió “Traitor”, pero la paz duró poco: “Bad Idea, Right?” y “Love Is Embarrassing” volvieron a encender la mecha de una audiencia a la que hubo que ir llevando de a poco al terreno sereno con “Pretty Isn’t Pretty”, “Happier” y “Lacy”, deteniendo cada vez más la marcha de a un paso a la vez.
En la soledad del escenario (y mientras los beats en 4K de Caribou llegaban desde el Alternative), Olivia Rodrigo se plantó sin más recursos que su guitarra. Primero fue el turno de “Enough For You”, un intento de intimismo que se amplificó en miles de voces que luego siguieron sigilosas su interpretación de “Don’t speak”, de No Doubt. Pero no hay cierre de festival si no hay un público enardecido, y eso parecía tener presente la propia protagonista de la noche, que entregó “So American”, “Teenage Dream” y “Deja Vu” antes de una despedida con “Brutal”, “All-American Bitch”, “Good 4 U” y “Get Him Back”, enarbolada desde la punta de una estructura tubular en la punta del escenario, porque nadie va a bajarla de las alturas.
“Sonidista, escuchame bien. Quiero que mi música se escuche por los parlantes. Te lo estoy pidiendo en un perfecto inglés así que más te vale que me entiendas. Que mi música se escuche, ¿ok?”. JPEGMAFIA frenó en seco la pista de “Steppa Pig” (ya lo había hecho varias otras veces en la noche, sin dar motivos) y puso sobre la mesa su reclamo: aún con un show basado en la intensidad y el impacto, el audio de Tan Biónica en la otra punta del predio se imponía sobre su rap industrial y distorsionado. Chano y compañía sonaron a un volumen de acuerdo a la magnitud de su presentación. Como el propio vocalista lo recordó hacia la mitad de su set, el regreso de la gran banda pop había ocurrido en ese mismo festival dos años antes, por lo que ahora el Lollapalooza era, de una vez, el cierre formal de su gira reunión, “La última noche mágica”. En hora y media, Chano y Bambi condujeron un repaso biográfico que pegó fuerte de entrada con “Ella”, “Beautiful”, “Música” y “Loca”. Un bloque de mash ups y un tema acústico partieron el show en dos, para un segundo segmento que tuvo a Nicki Nicole en “Boquitas pintadas” y a Airbag en “Arruinarse” para completar esta despedida hasta nuevo aviso. “Ciudad mágica”, “Obsesionario en La Mayor” y “La melodía de Dios” conoraron un show y una gira coronados por el reencuentro de la banda con su público, pero también por el de Chano con su mejor versión artística y humana.
Para Benson Boone, la vida parece transcurrir entre una acrobacia y otra. Están las cabriolas y mortales a las que recurre constantemente, pero también los melismas con los que saca a relucir su rango vocal cada vez que puede. Mitad fenómeno de concurso de talentos, mitad un nostálgico del showbiz de otros tiempos, Boone salió a escena vestido como si estuviera a punto de ir a una fiesta disco sobre patines, con un pantalón celeste y un chaleco decorado con el sol de mayo. Y aunque la apertura con el flamante single “Sorry I’m Here For Someone Else” arremetió con un synth pop rabioso, lo que siguió fue una cuota de rock nostálgico de las formas de los 70s. Mucho piano, mucha guitarra pidiendo protagonismo y un cantante capaz de escalar hacia los agudos con gracia y soltura. Y consciente de lo que el público esperaba en tiempos de virales y challenges, Boone se guardó para el final su hit “Beautiful Things”, con vuelta en el aire y peripecias vocales incluidas.
Vaya uno a saber por qué cosas del destino Nathy Peluso nunca había sido parte de una edición de Lollapalooza hasta ahora. Con un pie en España y otro en Argentina, la artista nacida en Luján pero criada en Barcelona supo hacer una carrera que supo priorizar la búsqueda de sonidos por afinidad más que por pertenencia geográfica. De botas, medias de red y minishort, Peluso sacó a pasear las canciones de Grasa, su último disco, en un recorrido que fue del bolero a la cumbia, del reggaetón a los aires rioplatenses. Pero después de años de ciudadana global, la autora de “Business Woman” no perdió la chance de mantener lazos con su lugar de nacimiento, ya sea con la canción “Buenos Aires”, con la elección de un término netamente argentino para bautizar a su último disco, o al sample a “La grasa de las capitales”, de Seru Giran antes de “La presa”, sin importar que la despedida haya sido con “Vivir así es morir de amor”, del ícono español Camilo Sesto.
“Tomá, vendelo en eBay”. Girl In Red se sonó la nariz, hizo un bollito con el pañuelo de papel tissue y se lo tiró al público, en la que probablemente haya sido la ofrenda más rara que se haya visto en un escenario local por mucho tiempo. Aunque rara, la escena tenía cierta explicación: según había comentado minutos antes, Marie Ulven Ringheim, la chica de rojo en cuestión, había amanecido con fiebre, pero decidió irse para San Isidro de todos modos “porque sería bastante maricón de mi parte no hacerlo” (¿teléfono para Michael Kiwanuka, quizás?), y las versiones arrolladoras de “DOING IT AGAIN BABY”. y “bad idea!” funcionaron como prueba de supervivencia. “¡Vine a difundir el mensaje del lesbianismo!”, gritó, guitarra en mano antes de “girls”, una canción en primera persona sobre una salida del clóset envuelta en un mar de dudas y miedos. Frente a un público que pareció sintonizar rápido con su propuesta aún sin conocer sus canciones, “dead girl in the pool” y “Body and Mind” la tuvieron como una animadora de masas, antes de que “I’m Back” y “Midnight Love” funcionaran como un rebaje más que necesario, sobre todo para poder terminar su set en paz sin poner en riesgo su sideshow del lunes.
Con la lluvia todavía como una amenaza posible en el horizonte, Chita salió al escenario Flow con la actitud de tener el partido ganado antes siquiera del comienzo. De la mano de Atelier, su último disco, Chita se encargó de poner en manifiesto su transición del r&b de sus comienzos a las aguas del urbano, una decisión estética brusca de mano de una artista que supo caracterizarse por hacer de la discreción su mayor bandera. “Lo que hace conmigo”, “Entre los dos”, “Aguja” y “Dwele” convirtieron en manifiesto lo que antes se dejaba entrever como una sugerencia. En contraste, lo de la española Marina Reche tuvo un recorrido lindero a la inocencia. Apenas acompañada por un tecladista, un baterista y un guitarrista, lo suyo fue por canciones de ambición pop tocadas con urgencia punk sin desaliño (“Por si quieres volver”, “Dos extraños”) y baladas pensadas para el éter radial (“No fue así”, “Mil preguntas”), a veces con la sensación de tener que estar poniendo todo su repertorio sobre la mesa para poder cumplir con los sesenta minutos pautados de show. Entre una y otra, BB Asul salió al escenario Alternative con la clara consigna de cagarse en sus haters, como lo dejaban en claro las remeras que portaban sus músicos, con lugar para elecciones fijas en la lista (“Hot 90 Shot”, “Incel”), algunos estrenos y una versión de “Ya no sos igual” para dedicarle a “todos esos que eran amigos y apoyan este gobierno nefasto”.