Cuando el show de El Mató a un Policía Motorizado llegó a los bises, el mundo pareció ponerse en pausa por unos segundos. La mirada de Santiago Motorizado parecía perderse en la inmensidad del Movistar Arena hasta que tomó aire para interpretar “El universo”, una balada a piano y voz cuya desnudez estructural permitió darle dimensión a la llegada de la banda platense a Villa Crespo. Su arribo no puede leerse como un hecho aislado, sino como una zancada más en un ascenso que parece minucioso que si se lo contempla en detalle puede verse un recorrido ascendente y que, si bien apuró el paso en los últimos dos años, fue también un lento peregrinaje que empezó hace veinte años en el indie y llegó este domingo hacia su coronación.
No es fortuito que el disco que hizo posible la faena haya sido Super Terror, que el año pasado había logrado algo que parecía imposible, y era que la banda tuviese el visto bueno de la iglesia para tocar en el Luna Park.Ya desde su título, el álbum canalizó un espíritu de época sin la necesidad de hacerlo explícito, y fue también premonitorio: esos miedos que aparecían como presagios a mitad del año pasado pasaron al plano de la realidad unos meses después, y siguen vigentes hoy. De ahí que la apertura ya fija de la noche con “El magnetismo” haya sido ya no solamente un canto colectivo en slow motion, sino también un grito de batalla, un pedido de unión para brindar resistencia al horror ante turbas iracundas que ya no solo existen en el plano de lo imaginario. Sin solución de continuidad, “Un segundo plan”, de su repertorio más reciente, también canalizó esa sensación de desasosiego (“Quiero saber adónde ir, quiero saber a quién seguir. Todo lo que me importa no existe más, quiero saber por quién morir”) que genera toda crisis de representatividad.
Pero en la música de El Mató a un Policía Motorizado no hay sombras sin luces, y por eso mismo las nébulas en pantalla de “La noche eterna” aparecieron como un resquicio de esperanza a tono con su estribillo. Y no hay esperanza sin grupos de contención, y por eso también la amistad aparece en las letras de Santiago Motorizado como quintaesencia, de ahí que sea tan conmovedora la búsqueda de “El perro” como también catártico el grito unificado de “Más o menos bien” y su colección de postales: las letras de El Mató dejaron ser haikus de garage para retratar una generación y su época y la necesidad de celebrar como familia a pesar de todo. Entre ambas, dos grageas sueltas de Super Terror: “Moderato” y “Coronado”, que cataliza la herencia de Joy Division y el primer New Order a través del indie platense.
Decir que el crecimiento de El Mató se debe al éxito cosechado tras La Síntesis O’Konor es tan cierto como que llegar a este ese punto no hubiera sido posible si antes no se hubiera desarrollado un culto fiel hacia la banda, y por eso mismo una selección de canciones de su repertorio previo dobló el show en dos. Primero, “Dos galaxias” y su declaración de amor starwarsiana, seguida por la persecución policial de “Navidad en Los Santos” y el fervor noise de “Sábado”, tocada con la misma saña que en su debut homónimo. En contraste, el pesimismo de “Disparar al aire” abrió otro set de canciones de Super terror que también incluyó a “Diamante Roto”, plagada de guitarras cristalinas y la nube de sintes y el arpegio espiralado de “Tantas cosas buenas” (y también de su estribillo carente de optimismo: “No me digas que las cosas van a estar bien”).
En esa lógica de paralelismos, “El tesoro” y “Medalla de oro” se presentaron como dos caras de una misma moneda signada por la melancolía, de la misma manera que “Excalibur” y “El mundo extraño” no pueden ser separadas de sí ni en estudio ni en vivo. Y como en el relato de El Mató a un Policía Motorizado todo es cíclico, “Yoni B” y “Amigo piedra” volvieron a poner al amor fraternal como punto de conflicto narrativo, o también como lugar donde atar las amarras. Al filo del cierre, “El fuego que hemos construido” se edificó de menor a mayor, un par de notas y golpes de batería a ritmo de caminata que luego devinieron en estruendos, acoples y cataratas de ruido controlado a modo de epílogo.
De vuelta en el escenario para los bises, tras la fragilidad de “El universo”, “Fuego” fue otra de las postales que mostró el crecimiento de El Mató a Un Policía Motorizado, un synth pop emotivo de épica ascendente. Tras haber mostrado todas sus aristas posibles (aún con la ausencia de su versión de “Slippery People”, grabada para un álbum tributo a Talking Heads), solo quedó apostar a su perfil más identitario, y hacia allá fueron la cabalgata de “Ahora imagino cosas” y los barridos metaleros de Gustavo Monsanto; “Chica de oro”, que había sido pedida durante varios segmentos del show, y un cierre que fue tan fijo como esperado. “Mi próximo movimiento” fue recuerdo de días pasados, y también retrato inesperado del espíritu del presente, con un estribillo de fantasía («Ahora estoy arriba de mi casa con un rifle») al que una serie de giros inesperados terminaron empatando con la realidad.