En tiempos en los que la cultura ordena venderse como un ganador (o al menos pretender ser uno), Dillom toma un camino inverso. No se vende como su opuesto más obvio, un perdedor nato, sino que empuja las cosas bastante más allá de los límites. Ya sea en su formato disco o en el de espectáculo en vivo, en Por Césarea Dylan León Masa se pone en el cuerpo de un villano, y de uno bastante cruel. A lo largo del recorrido, hace espectador y partícipe del público en su descenso al peor de los infiernos, motivando una curiosa empatía hacia un personaje siniestro. Como él mismo le dijo a la audiencia en una entrevista para presentar el disco en Soñé que volaba, al momento de hablar de la letra de “Muñecas”: “Muchas gracias. Están aplaudiendo un femicidio ,pero muchas gracias”.
Hay algo que no deja de llamar la atención en esto y es que, si bien Por césarea cuenta una historia que fluye de principio a fin siguiendo sus canciones en un orden determinado, tanto en sus shows en el Luna Park como en su paso por el Movistar Arena, su recorrido fue alterado tanto en secuencia como forma. Se dan entonces dos fenómenos: por un lado, las canciones de Post Mortem y varios de sus singles stand alone se enlazan con la historia de Por césarea y, a la manera de El Aleph engordado de Pablo Katchadjian funcionan como episodios que expanden el relato y ensanchan sus matices y planos detalle. Otros, por el contrario, son válvulas de escape, momentos en los que la soga está tan apretada al cuello que es mejor tomarse un par de minutos y pensar en otra cosa.
Hay también un carácter visual más que importante, donde la efectividad de la simpleza toma distancia de la sencillez o de la austeridad. En un contexto en el que las presentaciones en vivo pasaron a convertirse en showrooms de pantallas y mapeos que solo terminan sobrecargando los estímulos, Dillom tuvo como único recurso visual proyecciones sobre dos telones blancos. En medio de un escenario ornamentado con telas que simulan ser piel muerta con un corazón en descomposición como hipotética bola de espejos de la sala, la distancia entre el proyector y la superficie de proyección le terminan dando a las imágenes un tono gastado, impreciso y fantasmal, tan poco definido como ese retrato de la tapa de Por cesárea.
Ese carácter teatral del espectáculo domina también muchas de las presencias de sus invitados en el escenario: Juan López se asoma del escenario desde el interior de un placard en “La novia de mi amigo”. “¿Se la bancará ahí adentro hasta que tiene que salir?”, se plantea como pregunta válida un plateísta que parece haber entendido la dinámica de que todo movimiento, esfuerzo y sacrificio son en pos del espectáculo. Eso parece tenerlo en claro también Broke Carrey, cuyo paso por el tablado dura poco más de un minuto en “(Mentiras piadosas)” para que el relato tome una bocanada de aire y se ajusten las piezas para que todo pueda seguir su curso. Incluso Lali deja su carácter de estrella pop para personificar a una dominatrix sepulcral capaz de atraer a su víctima hacia lo más profundo (Al margen: ante el descontento del público por su ausencia en la segunda noche, Dillom calmó las aguas a su manera: “¿Se piensan que Lali está al pedo? ¿Saben lo que debe ser la agenda de esa chica?”).