jueves, 11 septiembre, 2025
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Blur en Primavera Sound 2023: la balada de Damon

Durante algunos años, para Damon Albarn Blur era un problema, un límite a saltear. La banda que había creado junto a sus amigos sobre el filo de los 90 comenzó a serle un envase algo estrecho para todas las inquietudes artísticas que parecían brotarle con cada movimiento. Tras idas y vueltas, la solución pareció evidente: abrir el juego ante cada una de estas nuevas aventuras (Gorillaz, su carrera solista y The Good, the Bad and the Queen, por nombrar solo tres) y volver a encender los motores de Blur solo cuando la necesidad lo hiciese necesario. De ahí que cada reencuentro entre sus cuatro integrantes, como el que se vio el domingo al cierre del Primavera Sound, sea vivido con un sentimiento genuino.

Desde su separación en 2003, Blur se reunió en cuatro ocasiones. Las dos primeras estuvieron signadas solo por volver a revivir la magia de su historia, mientras que en las dos siguientes emergieron con un disco nuevo bajo el brazo, como en este caso e. La dinámica parece haberle enseñado a los propios músicos a no tener que responder a la incógnita de qué es Blur o qué debe ser. Puede ser un grupo melancólico con canciones que parecen deshojarse a poco como en “The Ballad”, y también una banda que se pasea entre riffs distorsionados y disonancias como mostró “St. Charles Square”, las canciones encargadas de abrir el reciente “The Ballad of Darren” y también su show en Parque Sarmiento.

Y si bien “Popscene” apuntó a ir hasta el kilómetro cero del Blur fundacional del britpop, el pop pesimista de “Barbaric” volvió a poner el show en tiempo presente, con un Albarn por demás efusivo y algo entonado. La luminosidad duró poco: a partir de ahí, el show entró en un terreno algo sombrío, con Graham Coxon como guía. Primero fue “Beetlebum”, con ese solo de guitarra que asciende como una serpentina en reversa hasta perderse en un mar de acoples, mientras Coxon sacudía su Telecaster como si quisiera sacarle ruidos guardados en su interior. Después fue “Trimm Trabb” y su paseo de las guitarras acústicas al muro de fuzz, y luego “Goodbye Albert”, involuntariamente a tono con el recambio presidencial, con un ritmo robótico triste alimentado desde los graves de un teclado, y también desde el bajo de Alex James. Para descomprimir la escena, “Coffee & TV”, un regreso al terreno ATP, y que incluyó un acto de ceremonia improvisado en el que la banda le devolvió a un grupo de fans platenses una bandera que les habían prestado para que giraran por el mundo. 

Como contracara, la plácida “End of the Century” fue la puerta de entrada a un segmento de hits de fuste con el aire sardónico de “Country House” y el costumbrismo burlón de “Parklife”, con Albarn confundiendo algunos versos como víctima del embrujo de su propio himno cervecero. Para descomprimir, y luego del fugaz instrumental “Intermission”, el cantante hizo subir desde el campo a Daniela, una fan encargada de recitar los fragmentos en francés de la letra de “To the End”, o la chanson leída en tiempo de britpop. A tono con ese clima suave y reconfortante, “Out of Time” mantuvo la serenidad lo más que pudo, hasta que el estallido protopunk de “Advert” (o Sex Pistols tocando una de The Kinks) impusiera su presencia, el marco ideal para la mojada de oreja al rock alternativo de “Song 2”. 

En poco más de hora y media de show, Albarn se encargó de canalizar el aire de fin de gira, más preocupado en vivir el momento que en encarar interpretaciones puristas de su propia obra. Incluso llegó a regalarle a una fan la campera que Fila le hizo a medida para reemplazar una de un modelo discontinuado que hizo popular en 1994. El gesto fue exclusivo para la seguidora que recibió el regalo, pero fue también la puerta de entrada a un último tramo con alta concentración de hits, que comenzó con la apatía de “This Is a Low” puesta en contraste con el pulso eurodisco de “Girls & Boys”, con James y Dave Rowntree a cargo de un monolito rítmico. 

Ya entrada la medianoche, la melancolía fue el norte del último tramo del show. Primero, de la mano de “Tender”, ese gospel devocional para corazones rotos, y luego con “The Narcissist”, un adecuado balance entre melodismo y desasosiego. Y para el cierre, la britanicidad al palo de “For Tomorrow” y “The Universal”, que prometía un final solemne y debió ser empezada de nuevo por otro descuido de Albarn. Y ahí donde podía percibirse un dejo de descuido, en realidad asomó algo bastante más importante: una banda y su frontman disfrutando de su presente sin tener que preocuparse por tener que dar o no un próximo paso.

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