El Movistar Arena parece haberse convertido en el nuevo espacio de experimentación de Babasónicos. Fue el terreno en el que la banda de Lanús decidió volver al ruedo tras casi dos años de inactividad en 2021, con “La izquierda de la noche” como señal de regreso; fue también el lugar para la presentación de Trinchera en 2022, y funcionó también al año siguiente como el terreno en el que ajustar las clavijas para lo que fue su show de fin de año en el Campo de Polo. A diferencia de todas esas experiencias anteriores, la de este fin de semana se caracterizó por no responder a una necesidad concreta más que la de tocar en vivo, sin tener que atenerse a un guión ni a un repertorio, y como resultado dio un show en el que cualquier elección terminó siendo válida, una vez más con la espectacularidad visual como bandera.
Como en cada de sus desembarcos en Villa Crespo, el fin de semana Babasónicos contó con una puesta escénica imponente a cargo de Sergio Lacroix. Esta vez, la banda montó sobre el escenario una pantalla de forma trapezoidal con una boca en su centro, una suerte de techo LED para los seis músicos, con dos parrillas de luminarias a lo largo de las plateas y otras tantas en el techo del Arena. En conjunto, todo funcionó para vestir la puesta, pero también para mudar el impacto desde el escenario a abajo de él. Y si la idea parecía de por sí desafiante, Adrián Dárgelos y compañía eligieron para la ocasión una selección de canciones que rescató varios temas del olvido, en una maniobra que al mismo tiempo implicó reducir la porción de hits que el grupo supo cosechar en sus últimas dos décadas y media de carrera.
Sin la necesidad de tener que aferrarse al guión de la presentación de un disco o tener que responder a un determinado eje conceptual, “Tajada” fue el comienzo en ebullición gradual para el show, un desarrollo en cámara lenta que desembocó en el burbujeo de “Fizz”, que llevaba ya una década sin sonar en Capital Federal. Su swing guitarrero duró poco en el aire, cuando “La izquierda de la noche” volvió a poner el fervor en stand by justo antes de otra recuperación histórica, como fue el caso del regreso de “En privado” tras cinco años de ausencia. Y entonces ahí sí las guitarras pasaron al frente, primero con ese riff constante que es “Cretino” y su estribillo declamatorio, y luego “Sin mi diablo”, con llamaradas a tono y ráfagas de humo que hacían desaparecer a la banda en el escenario. Para cerrar el bloque, la herida abierta de “Adiós en Pompeya”, el tema en el que mejor supo medirse como cantante en la última década.
Con la pantalla convertida en una suerte de lámpara de lava gigante por la que corría una gran mancha de aceite, los aires evocativos a Sandro de “Irresponsables” abrieron la puerta a una seguidilla de hits que continuó con “Tormento” y “El colmo”, un cartucho efectivo quizás quemado antes de tiempo. Cuando las aguas se serenaron, en “Lujo” la puesta lumínica parecía compuesta por luces pixeladas, una versión a corta escala de los destellos que coronaban la pirámide que Babasónicos montó en el Campo de Polo el año pasado. Fue también la puerta de entrada a un segmento dedicado exclusivamente a Trinchera, que volvió a poner el foco en el baile primero en los planteos existencialistas de “Anubis” y luego en la lascivia prepotente de “Bye Bye”, antes de que todo se esfumase de la mano de “Vacío” y su marcha a paso de gigante.
Después, una nueva tanda de reincorporaciones a la lista. Primero, con el cannabismo de sensibilidad beatle de “Risa” y después con “Curtís”, entonada a dúo por Mariano Roger y Diego Uma. El menor de los hermanos Rodríguez volvió a tener su momento de coprotagonismo al tema siguente, cuando Dárgelos regresó a escena y Babasónicos desempolvó “Microdancing”, justo antes de “Fiesta popular”, un tema que tanto por su letra como por la puesta de luces, con estrobos celestes y blancos, funcionó como una marcada de cancha en materia política sin mediar discursos de más. Como con la necesidad de serenar el ambiente, el bolero hormonal de “Putita”, con Dárgelos y Mariano Roger sentados en el piso codo a codo, abrió el juego para dos medleys uno atrás del otro, “Mimos son mimos” y “Paradoja” primero; y “Carismático” y “Yegua” después.
Todavía quedaba tiempo para un rescate más, y así llegó el turno de “Rubí”, con dedicatoria a Carca incluida. Superada la declaración sentimental, volvió a imponerse el ritmo del cuerpo en movimiento, primero con “La lanza”, y después con “Deléctrico”, antes del show dentro de un show mismo que siempre es “La pregunta”, con una efectividad menor a la que suele tener cada vez que es parteaguas de la noche. Sobre el cierre, el ritmo a media máquina de “Ingrediente” parecía sugerir una despedida en fade out rítmico, hasta que “Cicatriz #23”, de la edición expandida de Trinchera, volvió a encender la caldera rítmica, abriéndole el juego a “¿Y qué?”, una retirada en la que quedó claro que Babasónicos puede hacer manifiestas sus intenciones aún con la economía de palabras.